martes, 1 de julio de 2014

Debemos o no preocuparnos por el Islán ?

En ABC.es, el periodista Rafael Unquiles ha publicado el reportaje que aparece debajo de esta introducción. No es un tema nuevo, es viejo, tanto como la propia humanidad, solo que ahora rejuvenece a la luz que los ideólogos musulmanes fundamentalistas, le imprimen ciertos matices modernos.
 
Arabia Saudí es un estado millonario. Dirigido por una familia real y apoyado por otras, todas representativas de las más viejas étnias y tribus árabes, el país mantiene una postura intransigente respeto al Islán y es parte de su política de estado y máxima reglamentación de convivencia social.
 
No pretendo disertar sobre el Islán, pero temo que los pasos que sus más acérrimos defensores dan, con más frecuencia, son amenazantes.
 
Es que el Islán es más que una religión, la segunda con más fieles en el mundo, una cultura social y política. Cuando un estado reconocido por los demás estados lo implantan como Fuente Máxima de sus leyes, deja de ser una religión para convertirse en un programa o plataforma del grupo gobernante. La iniciativa legislativa no responde a los beneficios de la sociedad, sino a una reglamentación religiosa o dogma, por cierto, extremadamente drástica con todos y en especial con las mujeres. Mientras que estas medidas no sobrepasen  el límite de sus fronteras, las cosas no deberían preocuparnos, pero cuando ocurre y sus doctrinas se conviertan en extraterritoriales, entonces sí hay que preocuparse.
 
Como citaba antes, Arabia Saudí promueve las inversiones foráneas de cuantiosos recursos. Muchas inversiones se realizan en su territorio y esos inversionistas están obligados a acatar sus dogmas o…se van. Simbólicamente me recuerda al modo conque opera el estado cubano con los inversores extranjeros, anteponiendo las condiciones de participación de capital y las de empleomanía nacional a tales extremos que no permite que el inversor pague directamente al empleado o…se van.
 
La fe religiosa no puede ser mezclada con la administración del estado; ambas son incongruentes. La fe religiosa no puede inculcarse al individuo, es éste quien la asume desde su propia convicción, lo que constituye un hecho que se traduce en forma de vida. Si la administración vincula la fe a su gerencia, entonces debe implantar los dogmas religiosos a su forma de gobernar lo que significa la obligatoriedad de ciertas formas de convivencia social. No hay nada más contradictorio. La fe supone la creencia de que un ser divino dirige nuestras almas y que para ponerlas a salvo debemos acatar ciertos mandamientos o dogmas. El estado es una organización de humanas tendente a organizar, dirigir y controlar la convivencia social en determinado grupo nacional. Sus reglas deben regirse por la necesidad de crear reglas que permitan que ese vivir conjunto entre seres distintos sea eficiente y seguro.
 
Al mezclarse ambas doctrinas del pensamiento se tiene delante la disyuntiva de imponer sobre la disyuntiva de optar. Es la máxima contradicción del Islán.
 
 
 
Ni comer ni beber ni fumar. Tampoco mantener relaciones sexuales. A los extranjeros se le ha puesto muy cuesta arriba en Arabia Saudí el Ramadán, mes sagrado musulmán que comenzó el pasado domingo y que tendrá vigencia hasta final de julio. Las autoridades del Reino árabe van a ser este año especialmente estrictas en el cumplimiento de las normas que dicta la Sharía (Ley islámica). Hasta el punto de que han llegado a lanzar un comunicado, difundido por la agencia estatal de noticias SPA, en el que amenazan con el despido y la deportación de todos aquellos que «no respeten los sentimientos de los musulmanes».
El anuncio ha sido recibido con preocupación en un país que acoge a nueve millones de expatriados que, sin necesidad de Ramadán, se ven forzados a diario a respetar las infinitas normas de obligado cumplimiento que imperan en Arabia y que alcanzancon especial virulencia a las mujeres: ni siquieran pueden conducir vehículos, viajar solas, acudir a un estadio para ver un partido de fútbol o montar en columpio.
Durante el Ramadán, además, en el tiempo que va desde la salida hasta la puesta de sol, nadie puede comer, beber o fumar en lugares públicos y tampoco en el trabajo. La norma es la misma para todos los países musulmanes. Pero unos son más permisivos que otros. Y Arabia destaca precisamente por ser muy restrictivo.
El comunicado del Gobierno saudí donde se lanza la amenaza de despido y expulsión deja claro que los extranjeros no están liberados del cumplimiento de las leyes por el hecho de no ser musulmanes. Es más, subraya que los contratos laborales que firmaron en su día «estipulan el respeto a los ritos musulmanes». Con lo cual, no les queda escapatoria: o respetan la Sharía o se marchan.
try { var publiNoticias = window['publiNoticias_'+objectPublishId] if (publiNoticias!=undefined && publiNoticias) { document.write('<div id="cintillo_noticias470x50" class="robapaginas">'); publiMJX('cintillo_noticias470x50',1); document.write('</div>'); } } catch(err){} En otros estados musulmanes de la región del Golfo como Emiratos Árabes Unidos también el Gobierno ha pedido a los ciudadanos extranjeros que respeten sus leyes en tiempos de Ramadán, pero sin llegar a imponerlas y mucho menos a amenazar con duros castigos en el supuesto de que no se sigan al pie de la letra.
De hecho, en Emiratos los restaurantes locales no abren sus puertas durante el Ramadán mientras hay luz del día. Caso distinto es el de algunos establecimientos que sirven comida internacional radicados en centros comerciales, que continúan atendiendo a los clientes en los horarios habituales. La única precaución que toman es correr largas y opacas cortinas que impiden ver desde el exterior a quienes, pese a estar en el mes sagrado de los musulmanes, no perdonan el almuerzo.
La práctica del ayuno durante el Ramadán tiene por objeto enseñar a los musulmanes «autodisciplina, autocontrol y generosidad». Las relaciones sexuales y la blasfemia también están prohibidas «en un intento por acercarse más a Alá». Los únicos que se libran de las duras restricciones son las mujeres con menstruación o embarazadas, las personas con discapacidad intelectual y los menores de edad, aunque en este último caso los líderes religiosos aconsejan a los padres que se las impongan para inculcarles el hábito de cara al futuro. El adoctrinamiento comienza desde la más tierna infancia.
 

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