sábado, 12 de noviembre de 2011

Travesuras !, no me condenéis...

_ ¡Coño, no viene nadie!...

_ ¡Verdaaaa!...

_ ¡Allá viene uno!, por allá, por la botica…

_ ¡Agáchense, que no los vea!.

Angelín, Carlos Font, Oriol Mederos y yo; los cuatro, agazapados tras unos arbustos casi plantas crecidos al borde de la calle sin aceras, en medio de una principiante noche estival. Justamente frente al tapiado de un solar yermo hallado junto a la casa de Gelín, (Ángel Agosto), junto al que había un espacio de tierra lisa y apisonada por las pisadas que servía de escenario a nuestros juegos de bolas “A la olla”. Era un día de semana como cualquier otro, como todos los días de aquellos años 1957 o 1958; con poca gente en la calle de aquel barrio no de tan mala muerte, pero si con gente buena sin ser rica ni de clase media; trabajadores, artesanos, listeros, wincheros, albañiles, tenedores de libros, maestros, hojalateros, bodegueros, boticarios, fotógrafos, fonderos y otros tantos y tantos oficios de la Cuba apre-revolucionaria. Era el horario inmediatamente posterior a la cena o comida, _como se le llama en Cuba_, en el que me unía a otros chicos de mi edad por 2 ó 3 horas para hacer travesuras. Era el pasatiempo de la época. Les decíamos “maldades”.

_Caballeros, ¡vamos a hacer maldades!

Era como un lema, como una invitación. A esa hora nuestras madres estaban haciendo los arreglos en la cocina o planchando nuestra camisa blanca del colegio y su corbata negra y su short azul con pliegues. O quizás poniéndole betún a los zapatos “colegiales”. Nuestros padres en una reunión del gremio, jugando dominó en la esquina o haciendo cualquier otro negocio por ahí para aumentar el presupuesto mensual. Nosotros, reunidos, inventando cómo pasar el tiempo mejor hasta que nos llamaran justamente después que las campanadas del reloj de la iglesia católica se sintieran a lo lejos indicando que eran las NUEVE, lo que significaba para nosostros algo como un toque de queda, por lo que cada minuto era exprimido al máximo para que rindiera lo necesario.

Debimos ponerle nombre a nuestro barrio. Cuando nos identificábamos en nuestras “andadas” por otro distante nos preguntaban:

_Y ustedes, ¿de qué barrio son?...recuerdo que siempre decíamos lo que se nos ocurría primero:

_Por allá por El Faro, o cerca del Campoamor, o por la Reguladora (que era una Ferretería, la mejor y mejor dotada del pueblo). Pienso que tuvimos la oportunidad de bautizarlo y la dejamos pasar. Lo siento por mi barrio. Pudimos haber contestado también que éramos de por El Sol, en referencia a uno de los más importantes hoteles del pueblo o de la botica de Roque.

Semi ocultos por el espacio de penumbras donde nos encontrábamos aunque el poste de la luz más cercano estaba muy próximo pero el bombillo era de luz muy amarilla y los que se usaban en los portales de las casas circundantes eran de bajo voltaje, 25 ó 40 watts, nos hallábamos en un formidable lugar para que no nos vieran los transeúntes escasos que se aventuraban a hacerlo por la calle Independencia entre Augusto Arango y Agramonte a esa hora de la noche y que era ventajoso para nuestros malditos propósitos; ( maldito viene de maldades, recuerdan ?.) Esta palabra encerraba en su contexto más generoso a las acciones de engaño, susto, molestia y otros con que solíamos hacer nuestras majaderías a otros, extraños o no. Los que se movían por aquel sitio eran potenciales blancos de nuestras “maldades”. Ohh, cuán bien escoltada se encontraba la “Independencia” de aquellos pequeños bastardos!

El área escogida para nuestras acciones era en una calle de obligado uso para todos aquellos que debían dirigirse a varios sitios públicos, era verdaderamente transitada porque además, la bajada de la loma era más suave, de modo que muchos de los que querían llegar al club Martí que estaba en Calixto García, en lugar de descender desde el Oeste por esa calle, preferían tomar Independencia porque era menos empinada. Era nuestra ventaja para tener más blancos.

Nuestra maldad consistía en haber atado un pequeño fajo de papeles a la usanza de billetes de banco, colocando en el exterior uno recortado de las fotos de publicidad de los bancos que aparecían en la revista Bohemia que mi padre y cualquiera de nuestros padres compraban en los estanquillos en su tirada semanal. Generalmente escogíamos las fotos de los de 5 pesos porque eran los más creíbles. El fajito estaba atado con un nylon de pescar, casi invisible y el chiste consistía en tirar de él cuando el caminante lo había hallado en su camino, de modo que se sintiera burlado e hiciera un exabrupto como señal de reconocer haber sido burlado, algo rudimentario que dio pie a las cámaras ocultas de hoy día,; ¡bendito el progreso!.

El resto de la travesura pueden imaginarlo: La persona andante lo descubría en medio de la oscuridad, se detenía y adoptaba una actitud de titubeo; finalmente se agachaba a acordonarse los zapatos que “casualmente” lo necesitaban y cuando, después de mirar a todos lados se disponía a tomarlo, nosotros, uno de nosotros, el que sostenía el otro extremo del nylon, le daba un pequeño tironcito como si hubiera sido el aire y así hasta que el timado comprendía todo o hasta que nuestros pulmones no pudieran soportar la presión de la risa contenida y estallaran las carcajadas que era además, una señal de,

_!Corre, que te cogen!...

El burlado nos mentaba la madre y añadía otros tantos improperios que lejos de enfurecernos nos hacían reír a mandíbulas batientes en medio de la carrera poniendo tierra de por medio.

_ ¡Ah, cabrones de mierda, dejen que los coja!

_ ¡Ataja, la Rural, ataja!, gritaban otros más encabronados por nuestra travesura.

Por supuesto que esa maldad no la hacíamos todos los días; teníamos como una agenda variada para no poner a la gente sobre aviso.

El peor de los casos eran cuando los burlados reconocía a uno de nosotros cuando corríamos golpeándonos las nalgas con los tenis;

_ ¡Tú eres Casimirito, cabrón!, se lo voy a decir a tu padre, coño!; eran amenazas de gente que conocía a mi padre y me identificaban a mí en las penumbras de la calle Independencia porque era muy simple asociar a mi padre, que todo el mundo sabía que vivía en esa cuadra y porque yo aparecía en el Puerto Tarafa o Pastelillo a llevarle el lunch a mi padre cuando se quedaba “de corrido”, y donde todos los trabajadores del ramo me veían continuamente y donde generalmente me quedaba pescando desde los espigones oculto de los que cuidaban el lugar porque no se permitía.

7.30 de la noche. Portal de la casa de Carlos Font, hijo de Luis Font, el fotógrafo. Lloviznaba tenuemente y las ranas croaban alegremente satisfechas del ambiente creado por la lluvia desde charcos y las cunetas que existían paralelas a las calles, imprimiendo una melodía de trasfondo a nuestra conversación infantil sentados en los escalones.

Recuerdo confusamente que nuestras conversaciones de entonces giraban en torno a los mismos temas de siempre:

-lo que le pediríamos a los Reyes Magos para el Día de Reyes, ( una bici, por supuesto, las que generalmente no cabían por debajo de las puertas, que era el lugar por donde penetraban en la casas esos tres monarcas pues en Cuba las casas no  tienen chimenea;

-sobre el último juego de Habana y Almendrares, donde Willy Miranda hizo una tremenda atrapada en el short stop;

-qué vamos a hacer el sábado, caballeros?, o sea, planear las andanzas del sábado próximo;

- ¿falta poco para la corrida de la Jiguagua? Un tipo de pez de carne roja familia del Bonito.

- ¿Y la corrida del Pargo del Alto?

-Falta poco…hay que preguntarle a Justino. Justino, que descanse en paz, era el esposo de Ade, una de mis tías paternas.

Otro tema era relacionado con nuestros colegios y las actividades cívicas paralelas, algo que hoy, ni soñar…ahora le llaman, revolucionarias.

Pero en aquellos actos cívicos, donde se honraban a los mártires de las guerras de independencia de España, los alumnos debíamos participar en actividades previamente preparadas como coros, canciones, poesías y obras de teatro y danza bajo un tema central alegórico a la fecha.

_Gelín, ¿ya tienes novia en la escuela?,

_No, no me interesa eso; respondía él, el más taimado de todos nosotros.

_ Y tú, Jorge ?

_Yo sí, qué te pasa?

_Y quién es?

_Miriam…

_ ¿Miriam?, qué Miriam?;

_ Miriam Andrés Infante, chico, quién iba ser, la que está conmigo en 2do.

_ ¡La de la trenza rubia que le llega hasta las nalgas!?

_Si…

_ ¡Mentiroso, mentiroso, mentiroso!...

_ ¡Seguro que ella no lo sabe,  no lo sabe, no lo sabe, je, je, je!

_Es verdad, no se lo he dicho, pero no le digan nada, coño…, refunfuñaba yo atrapado en mi mentirilla. Es que Miriam Andrés Infante era la niña más linda que “ojos humanos habían visto”, y yo me la echaba de novia para vanagloriar mi amor frustrado no confesado del 2do. Grado de primaria.

Otra de las travesuras que solíamos completar era la de atar las aldabas de determinadas puertas de calle de algunas casas con un cordel delgado, no nylon porque era muy difícil de partir en caso de una emergencia, escondernos frente a ésta y tirar para hacer golpear la aldaba y que acudieran a responder el llamado y se dieran de nariz con la soledad. El truco solo daba resultados en pocos casos por lo gastado, por eso había que ensayarlo en sitios separados de nuestro pequeño radio de acción.

Una noche, que llovía por intervalos, una llovizna fina, invernal, nos hallábamos como de costumbre reunidos en el portal de Font.

_ ¿Qué hacemos, caballeros?

_ ¡Qué aburrimiento!

Las ranas croaban por las cunetas.

_Oigan, y si cogemos un cartucho, lo llenamos de ranas, tocamos a una puerta y cuando abran lo lanzamos al interior?; dijo uno que no recuerdo quién pudo ser…

_ ¡Está bueno, coño!;

_! Hagámoslo!, dijo un segundo…

_Si, pero…y dónde hacemos eso?, porque la gente de por aquí nos reconocería y nos meteríamos en tremendo rollo…

_Es verdad, hay  que pensar…

Unos segundos de silencio interior y exterior siguieron a aquellas palabras. Todos nos preguntábamos dónde tocar para lanzar el cartucho lleno de ranas. La solución no se hizo esperar.

_En casa de la Gata. ¿no les parece?

La Gata era una señora muy respetuosa que vivía como a unas 4 cuadras de distancia por la calle Augusto Arango andando hacia el parque de la iglesia, y que se caracterizaba por tirar cubos de agua en su portal cuando pasábamos patinando y escandalizando. Cada vez agregaba alguna nueva palabrota para archivarla en nuestros archivos particulares. Aprendí con ella las más grotescas. Le teníamos tremenda giña aunque no nos había hecho nada en realidad, sino al contrario. Ella tenía como 5 ó 6 gatos que criaba en su casa, de ahí el título nobiliario: Miau, Miau, La Gata y salíamos corriendo o patinando y ella, como si estuviera detrás de la puerta de la calle, salía lanzando un cubo de agua que a veces hacía blanco en nuestras piernas.

Cuando reunimos unas diez en el cartucho de bodega, se presentó el dilema:

-quién llevaría el cartucho;

-quién llamaría a la puerta y lo lanzaría al interior.

Como nadie se brindó voluntario lo rifamos con papelitos con nuestros nombres escritos dentro de la gorra de Carlos. Me tocó llevar el cargamento y a Gelín tocar la puerta.

Lo que vendría después fue lo que nos colocaría en una situación inédita y de pánico infantil. Gelín y yo parados frente a la puerta. Los portales contiguos con las luces apagadas y desprovistos de los residentes que usualmente se sentaban en las mecedoras a abanicarse y comadrear, debido a las lluvias intermitentes.

_Denle…

_Toc, toc, toc…

Yo casi cagado pero a pie firme. Gelín que casi se mandaba sin esperar a que respondieran al llamado y…se abrió la puerta lentamente. Como la Gata solo dejó una pequeña abertura entre la puerta y el marco no tuve más remedio que lanzar el envoltorio entre un gato, que asomaba la cabeza por un costado y  las piernas de vieja. A correr se ha dicho…

Lo que apenas sentimos fueron sus acostumbradas palabrotas indecentes y llenas de impotencia, pero  supongo que  sus  gritos de terror al desparramarse los batracios por su sala entre las patas de sus afiebrados gatos no los alcanzamos a escuchar porque ya habíamos doblado la esquina de Augusto Arango y Maceo. En fin, en una situación así, después de conocer cómo reaccionan las mujeres al contacto con las ranas, debió ser una especie de cataclismo.

Al siguiente día, rumbo a la escuela debía pasar por la esquina de la casa de la Gata y miré con disimulo. La puerta estaba abierta, desacostumbradamente, pero nada anormal. En la tarde supimos lo de la ambulancia que  la llevó al hospital y los gatos rondando por el barrio. Supimos que habían tenido que correr con ella  porque le dio un patatús de locura.

Aquel, que fue el último capítulo de la maldad de cartuchos con ranas y nosotros cagados del miedo a lo que podría ocurrir si le pasaba algo a la Gata y nos atrapaban por ello, nos hizo comprender que los juegos tienen sus límites.

Hoy día es distinto. Los niños de ahora no son como fuimos mis amigos y yo; sus intereses son distintos completamente, son otros. Hoy los ve frecuentando lugares para adultos o tratando de tumbarle dinero a un extranjero o vendiéndote una copia falsa de un artículo de marca o vendiéndote la dirección donde puedes encontrar “amor”barato. Hoy son adictos al sexo, el reggaetón y las fiestas. Si les preguntas quién es el enemigo contestan de inmediato: Los  Yanquis. Si les preguntas qué regalos  recibieron de los Reyes Magos te miran con cara de haber visto un ET y te sueltan: ¿Será comemierda el tipo este?

Los niños de ahora no son iguales, carecen de fantasía, de espíritu infantil, de aventurarse en naturaleza. Han quemado etapas. Carecen de fantasía, sobre todo porque son saturados de propaganda ideológica y política que disfrazan de patriotismo y aprenden a mantener el secretismo, a cuidarse del vecino y del propio amigo. Los grandes, en su febril batallar por conseguir lo imprescindible, no se cuidan en mantener lejos de sus oídos infantiles sus problemas para adultos y a la larga los envenenan con problemas.

Los niños cubanos hablan de otros temas que no son los mismos que dominábamos nosotros. Son niños más “grandes”, más adultos, son realmente, menos niños, son pequeños niños grandes. No leen historias de caballería, ni de fantasmas, ni océanos cruzados por grandes veleros; crecen muy de prisa.

Los niños de ahora se han perdido todas aquellas diversiones que tuve yo y mis amigos del barrio del Sol, del Faro, de la Reguladora, del Hotel Comercio, de la botica de Roque…aprenden a odiar a un enemigo que ni siquiera llegan a conocer estudiando la historia de su país porque ciertos jefes del estado la han arrancado de los programas de las escuelas.

Alguien ha cambiado a los niños de hoy. Algo ha cambiado a los niños.

Jorge B. Arce



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