martes, 4 de octubre de 2011

Paseo a caballo

Paseo a caballo.

Durante mi niñez y adolescencia fui creciendo en un pequeño pueblo de provincia llamado Nuevitas, en la provincia de Camagüey. La calle donde estaba situada la casa donde vivía con mi hermana y padres, se encontraba en una de las calles descendientes de la colina que sostenía  la parte alta del pueblito hacia la bahía, lo que me permitía, apenas a unos 400 metros del mar, apreciar cómo se hallaba éste para dicidir mis salidas y escapadas de pesquería con alguno de mis amigos o simplemente solo. A mi madre no le gustaba porque temía que me fuera a ocurrir algo malo durante esos ensayos de pesca y no por tiburones o ataques de otros peces, _en aquellos tiempos nunca se vio la aleta dorsal de un escualo por ninguna parte en la bahía_, sino porque mi temperamento era aventurero y eso me puso en peligro más de una vez.

En el barrio, donde se mezclaban gente pobre como mi familia y de clase media o incipiente, vivía también un amigo de correrías llamado Carlos, de apellido Font. Los ingresos de su familia provenían del oficio de su padre, un excelente fotógrafo y veterano de la guerra de Corea, que hablaba un correcto inglés, les permitía obsequiar a su hijo Carlos y al mayor, Luis o Wichy, obsequiarlos con regalos que yo no podría conseguir. Uno de esos regalos de cumpleaños que Carlos recibiera fue una yegua alazana que nombró Mariposa.

Era un animal saludable y brioso, de unos 2 ó 3 años de edad, que con Carlos en la montura y yo a las ancas, no permitió recibir muchas gratificaciones emocionales durante los cortos recorridos que revivían nuestras fantasías de niños al estilo de los héroes de los filmes que se rodaban por aquellos años.

Uno de esos recorridos a media tarde nos llevó en la dirección de la punta del Guincho, un despoblado sitio junto a una ensenada marítima y poco explorado por nosotros en las excursiones a pie.

Carlos tuvo una idea que inmediatamente puso en práctica: pedirle a un amigo de su padre, ex guarda vías del ferrocarril y que cuidaba de la yegüita en su casa a camino de la punta del Guincho, de su caballo de montura que usaba para ir al pueblo por los mandados cada semana. Así que nos vimos jinetes de ambos animales solo que Carlos tomó la yegua de su amigo y yo galopé en Mariposa que no era tan nerviosa como el otro animal, cosa que le agradecí enormemente a Carlitos porque si no recuerdo mal era la primera vez que montaba al lomo de un cuadrúpedo.

Así nos hicimos al trote primero y al galope después que no disfruté nada porque empleaba más energía, atención y tiempo en sostenerme encima de la silla que en sentir el golpe del viento en el rostro sobre el equino, a través de un estrecho sendero bajo pequeños árboles.

Del sendero nos introdujimos en un camino real sorteado de Bien Vestidos o Piñón Florido, que son arbolitos que hacen el papel de postes de las cercas de alambre de púas que delimitan los linderos de los potreros y fincas. Avanzamos despacio en fila india cuando la yegüita Mariposa empezó a resoplar y mover la cola con gran intensidad. Simultáneamente se escuchó el relincho de un caballo bastante cerca y nos detuvimos porque lo siguió repitiendo varias veces más. Fue entonces que lo vi corretear en galopes circulares moviendo con intensidad la cabeza. Era un caballo negro y blanco que se encontraba suelto en el potrero que limitaba la cerca donde nos encontrábamos nosotros avanzando y que se desplazó rápidamente hacia nosotros cuando llegamos a un claro menos espeso de los Bien Vestidos.

El animal se hallaba en una especie de shock nervioso y hacía todo tipo de murumacas posibles para llamar la atención; era como si las hormigas le estuvieran picando el trasero. No se estaba quieto y resoplaba como si fuera un tren frenando loma abajo. Lo mismo trotaba que galopaba en la patas delantera y se paraba en las traseras y empezó a hacer gala pública de las magníficas facultades de su emblemático sexo que empezó a crecer desmesuradamente.

Nosotros éramos niños pero no bobos y comprendimos que algo no estaba bien, solo que no lo habíamos descubierto de qué se trataba hasta que comprendí que el potro se acercaba peligrosamente a la cerca donde me hallaba al lomo de Mariposa y pude ver muy cerca la dilatación de sus fosas nasales. Fue un corrientaso ¡comprendí que estaba en peligro porque estaba al lomo de una yegua que no se movía por más que le daba con la fusta. Fue una suerte que lograra asirme de las ramas bajas del Bien Vestido más cercano porque el potro saltó por encima de la cerca y se precipitó sobre la Mariposa que lo esperó al pie del cañón y con muchísimo entusiasmo por recibirlo. ¡Desde los palcos pudimos apreciar por primera vez cómo se hacían los potricos!

Lo demás pueden imaginarlo. Tuvimos que esperar como dos horas a que los ánimos de los animales se calmaran y que apareciera el dueño del potro de no se sabe dónde diciendo palabrotas y pidiendo el nombre de nuestros padres para saldar cuentas. La expedición terminó sin haber comenzado, con un gran susto, una lección aprendida pero con la duda de no poder determinar cuándo no se debe cabalgar en una yegua.

Jorge B. Arce

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