miércoles, 26 de octubre de 2011

Los Cabilleros de Nuevitas.



Admito que a los “revolucionarios” no se les ha ocurrido una cosa más productiva a favor de sus propósitos que “inventar” la palabra revolucionario. No, no bromeo. Si revisan superficialmente la historia reciente comprenderán que no es una afirmación carente de sustento.

Esa palabra nació conjuntamente con los discursos a todo vapor, rodeado por cientos y cientos de personas del sujeto que se comporta desde entonces, como dueño de Cuba y sus destinos sin reconocer otros intereses y derechos. Lógicamente, fue introducida en un discurso cargado de revanchismo y venganza contra los representantes de un régimen dictatorial implantado en marzo de 1952 que no respetó la Constitución de 1940 y que contaba en las filas de las fuerzas represivas de la policía, policía secreta y del ejercito, con sujetos desprovistos de humanidad absolutamente. Estos hechos fueron utilizados ventajosamente por el líder del ejército rebelde para avivar el sentimiento de venganza de todo un pueblo contra aquellos que representaban al derrocado régimen, colocando al “revolucionario” ( identificado como cubano que apoya y participa activamente junto al ejército rebelde para defender la libertad alcanzada con la revolución de la Sierra Maestra) a la palabra “esbirro” o “batistiano” ( referido al seguidor del que fuera el presidente de la república ), colocando a ambos bandos en riberas opuestas de manera definitiva. No puede olvidarse que la palabra revolucionario obliga a pensar de inmediato en su acepción literal: revolucionar, cambiar, transformar.

La cubana, como todas las revoluciones, tuvo su fundamento en la necesidad del cambio al régimen de oprobio constituido, pero luego se devoró a sí misma, manteniendo un nuevo status que necesitaba continuar cambiando también. Pero en los siguientes años desde 1959, la efervescencia popular tuvo un catalizador aglutinante que me recuerda a la máxima conocida “conmigo o contra mí” pues revolucionario se convirtió en una especie de asociación que abría las puertas a cualquiera que se hallaba militando en sus filas. Lo mismo para ingresar a un curso universitario, que para aspirar a una buena plaza laboral. De modo que se puso muy de moda con independencia a su trasfondo político convirtiéndose en una especie de “título” o “coletilla” del idioma al solicitar algún servicio: “…Fulano, no dejes de resolverle a Ciclano, recuerda que es revolucionario”; era un comentario de rigor en los pasillos y conversaciones extraoficiales, por supuesto. Así que todos los cubanos con picardía natural, adquirieron inmediatamente tan necesario título de cuasi-nobleza considerando que las cosas empezaron a cambiar a todo vapor.

En el pueblito donde pasé los primero 15 años de mi vida, Nuevitas, Camagüey, la palabra revolucionario tuvo sus modificaciones o improntas populares. Por ejemplo; recuerdo que había un grupo que nunca tuve oportunidad de identificar con personas conocidas_, que solían llamarse “Los Cabilleros”, que con ahínco se dedicaban a “corregir” ciertos malos síntomas de disidencia incipiente contra el rumor de que se instauraría el Comunismo importado desde Rusia, o la Unión Soviética como se llamaba entonces_, y que el gobierno revolucionario era en realidad una revolución comunista que haría que los padres perdieran la Patria Potestad sobre sus hijos menores, entre otras cosas.

Por supuesto que todos aquellos rumores en medio del  promedio cultural de un pueblito como Nuevitas, de trabajadores portuarios y pescadores en un 90 por ciento, de bajos ingresos y poca instrucción, rumores como aquellos, con o sin fundamentos, constituían una revolución dentro de la revolución anterior. Por ello era importante acallar esos disidentes de esquina que sembraban una semilla que no convendría a la robolución en el futuro como la historia misma se encargó de demostrar. Por eso pienso que la represión revolucionaria contra la disidencia se instauró desde los mismos inicios y permanece latente hasta hoy.

De aquellos “cabilleros” recuerdo que se rumoraba que escondían trozos de  cabilla corrugada usada en la construcción, de entre ½ y ¾ de pulgada, envueltas en papel. Actuando en pequeños grupos de 4-5 integrantes, sorprendían después de seguir, a aquellos que protestaban en pasillos, mesas de dominó o billares en contra de ciertas manifestaciones de corrupción, favoritismo, tráfico de intereses y medidas ideológicas, propinándoles una soberana paliza de escarmiento. Supongo que se ocultarían el rostro para hacerlo porque sus víctimas sufrían golpes y fracturas pero no la muerte. Dos de mis tíos paternos, uno de ellos ya fallecido, fueron blancos de este grupo.

Paralelamente a estos hechos los que concibo como algo planeado, no espontáneo, los discursos del líder principal estaban estructurados en dos vertientes principales: 1) la que avanza nutriéndose de de la necesidad de supervivencia para defenderse de los ataques de un enemigo exterior; 2) la que se motiva catalogando por la traición a la causa de los pobres representada por la revolución de nacionales “que pactan con el enemigo exterior”. Esto logra un sentimiento de rechazo y repulsión por aquellos embriagados de esperanza que son incapaces de discernir imparcialmente dando crédito a un léxico tendencioso y revanchista.

El líder, como portador esclarecido de la genuina voluntad popular, “del pueblo” para establecer una nueva forma de gobierno, de vida, de distribución, o sea,”la revolución del pueblo y para el pueblo”, “la revolución de los humildes y para los humildes”, “la revolución tan verde como las palmas”, “la revolución portadora del legado de los mártires de las guerras de independencia”, avanza a pasos agigantados en la creación de un background que le favorece como primera figura y, discretamente se encarga de “sacar del juego” político a aquellas otras personalidades nacionales que le obstaculizan el camino al absolutismo político. Huelgan los ejemplos a través de los primero años, fundamentalmente.

Estos slogans que apuntábamos anteriormente hacen nacer y perpetúan un estado de sentimiento global asociativo-representativo del hombre criollo humilde con el líder y los propósitos de la revolución. Eso le otorga e imprime legitimidad popular que se materializa con el tiempo a través del apoyo que las masas conceden a las medidas más drásticas, incluidas contra sí mismas como nuevas y compulsivas restricciones de bienes de consumo y/o servicios (entiéndase alimentos y centros de recreación y hotelería); medidas que el líder tomará para enseñorear su dictadura desmantelando por pasos instituciones democráticas.

Es sintomático de la revolución identificar a un enemigo y sus cómplices a fin de establecer un discurso “de por vida” que mantenga en vilo la dependencia del pueblo a su líder y sus órganos de represión, así como el armamentismo. Esta lección de liderazgo populista es retomada una y otra vez de la historia adaptándola a los nuevos y específicos intereses y necesidades. El pueblo identifica las intenciones ulteriores de ese enemigo artificial debido a la propaganda continua que establecerá el nuevo régimen a la usanza del derrocado cambiando las palabras. Lamentablemente esta estrategia de entretenimiento obtiene y ha obtenido un éxito notable. Invariablemente las masas más nutridas que han sido las más oprimidas históricamente, se identifican con ese enemigo que muestra el líder y se enfrasca por comprender por qué antes ese enemigo proporcionaba determinados bienes materiales y espirituales y ahora no.

Es de notar que desde los mismos inicios el líder revolucionario convierte en sus discursos en enemigo sutil a los medios de prensa acusándolos de respaldar a los enemigos del pueblo y a la clase oligárquica derrocada, toda vez que tergiversan “la verdad de la revolución”. Esta postura provoca el odio y el rencor de las masas asociados a su sed de justicia y equidad social y económica.

Así mismo, el líder y su grupo de apoyo se muestran atacados por el órgano legislativo superviviente en los primeros momentos de la revolución y obtienen respaldo mayoritario para desmantelarlo como institución acudiendo a que bloquean todas las leyes que constituyen verdaderos cambios revolucionarios definitivos para favorecer al pueblo. Es un ataque imparable; no puede resistirse a una presión semejante en esa primera etapa y el líder lo sabe.

Este argumento da cabida a la nacionalización de las principales industrias y recursos naturales más importantes de la nación que principalmente oculta la verdadera intención de hacer desaparecer la propiedad privada y con ello la libertad individual, antesala de la relación de dependencia del individuo del estado que vendrá después. Las masas, entusiasmadas, embriagadas del anhelo por años contenido, ni siquiera comprenden que está estrangulando su libertad al asesinarse la sociedad con poderes públicos balanceados.

La familia.

La familia contiene en sí misma la semilla social. En su seno se educan los hombres y mujeres del futuro que protagonizarán los papeles preponderantes de impulso de la nación. En su seno se cuecen las primeras ideas y conceptos de ética, moral, costumbre, idiosincrasia, cultura y educación en su sentido estricto. Los padres inculcan a los niños y adolescentes mediante el ejemplo, uso y costumbres, las normas básicas de comportamiento social que a su vez recibieran de sus ancestros. Una sociedad debe respetar y mantener las facilidades para mantener y perfeccionar esos valores en beneficio de sus propios miembros y el efecto social general, de ahí que las normas jurídicas emitidas dentro  del estado de derecho deben nacer acorde con esos cánones a la vez constitucionales. La revolución involucra todos los sentimientos humanos en pro de sus beneficios. A ella han de estar sujetos los valores familiares por ley. También los religiosos, morales y patrios. Y el líder adquiere ad hoc un sitio en el lugar que antes ocupaban imágenes de santos religiosos.

Las prioridades y vínculos familiares, sobre todo aquellos vinculatorios de padres con hijos se postergan en beneficio de interese locales relacionados con programas de estudio o desarrollo científico y además, por las tareas de las organizaciones de masas que tienen la tarea de aglutinar la mayor cantidad posible de ciudadanos para comprometerlos en un fin determinado de antemano y con propósitos estratégicos.

Las tareas revolucionarias sustituyen a las visitas, reuniones e intercambios familiares de costumbre. Los programas de estudio novedosos alejan a los hijos de la tutela directa de los padres. Es estado revolucionario decide qué, cuándo, dónde y cómo educar e instruir a los estudiantes y un ejército de estudiosos servidores de la ideología revolucionaria, desencadenan una desmesurada cantidad de nuevos libros que modifican de manera importante los vericuetos históricos de la nación y se mezclan a los nuevos “protagonistas revolucionarios” con los fundamentos y orígenes de las luchas patrióticas precedentes.

En medio de un clima social donde se estimula la desconfianza entre los mismos ciudadanos y hasta dentro de la familia, la delación y la intervención autoritarias de entes estatales que monitorean a la familia, ésta se convierte en un simple adorno protocolar  de la nación que a la postre solo queda para reproducción humana irregularmente controlada.

Y después de este examen rudimentario del desarrollo del “control estatal” sobre el espíritu y la conciencia ciudadanas, solo me resta recordar que aquellos cabilleros en Nuevitas eran solo el preámbulo incipiente de un espectacular y diabólico control total sobre el pensamiento, la expresión y la libertad de reunión que descansaron durante todos estos años en paz, en la paz de los sepulcros.

Jorge B. Arce

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