La
Perestroika y la reelección de Chávez.
Concluido el proceso
electoral para elegir jefe de estado en Venezuela, observo a mí alrededor
variados y encontradas manifestaciones de sentimientos y opinión. Las primeras
se extienden desde la frustración y la desesperanza hasta el odio. Las opiniones
son encontradas porque los que las expresan se inclinan a uno y a otro bando
político venezolanos.
Obviamente que para entender
tales criterios y su justificación, así como el resultado del proceso
electoral, hay que indagar en el desarrollo (involución para muchos) de la
sociedad venezolana con Chávez.
“_Yo quiero convertir a
Venezuela, Comandante, en un país como Cuba”.
Le dijo desenfrenada e
irresponsablemente Hugo Chávez, cuando era oficial de paracaidistas a Fidel
Castro durante su primer encuentro personal en La Habana por allá por el año
1988.
Es forzado hacer un paréntesis
histórico, pero antes déjenme imaginar lo que le contestara el “aguerrido” (o
guerrero Armando Guerra, digo, Fidel Castro):
“_Compañero Teniente
Coronel. En ti vislumbro el luminoso futuro de la patria de Bolívar. No te
desanimes. Reúne a tus seguidores incondicionales. Yo te guiaré entre las
espinas del arduo camino al poder.
Como decía, la Unión Soviética
de Gorbachov entonces había iniciado un proceso irreversible de desarrollo político
social conocido como Glasnot y Perestroika, con marcados ribetes democráticos
desconocidos en una sociedad cerrada como la soviética. Castro sabía eso.
Adivinaba las consecuencias de una Rusia sin sovietismo y las graves
consecuencias que para su gobierno tendría. Había mucho en juego. Lo
comprendía. La inmovilidad de la sociedad cubana sería la primera consecuencia
de la perdida de la asistencia que la URSS ofrecía a Cuba anualmente en
efectivo, petróleo, asistencia técnica, científica, transporte, alimentos,
madera, pertrechos militares, etc, etc, etc.
No debe extrañarle a nadie
que teniendo ante sí a aquel militar medianamente culto, cuartelario por añadidura,
izquierdista y admirador suyo para rematar tantas “cualidades’, Castro
descubriera y elucubrar lo que podría convertirse en su más grande proyecto de expansión
y al mismo tiempo de supervivencia ideológica hasta ese momento. Manejar psicológicamente
a Chávez no era tarea que no pudiera emprender y cumplir a su antojo. Los
hechos posteriores lo han demostrado fidedignamente. El enquistamiento
castrista en todos los niveles del poder del estado venezolano es tan grande
como escandaloso.
Recuérdese que excepto uno,
todos los procesos electorales experimentados en la Venezuela con Chávez han
sido manejados indirectamente por la agentura cubana; los venezolanos carecen
de esa experiencia política, lo que ha permitido el inicio del desmantelamiento
de las instituciones democráticas más débiles hasta el momento. Y aun el
perdido proceso fue “recobrado” por la fuerza del desparpajo de la asamblea
nacional cuando confirió poderes legislativos al presidente burlando lo que el
pueblo no aprobara antes; la tristemente famosa Ley Habilitante.
Las elecciones pasadas no podrían
tener otro fin que el visto. Chávez no permitiría la declaración de ninguna
victoria al opositor. Estaba dispuesto a todo y hasta la aviación de combate en
San Antonio de los Baños, La Habana, estaba en alerta de combate durante el
domingo y lunes pasados.
¿Por qué? Por qué se pasearon
los blindados por Caracas?
No es casual que oficiales y
agentes cubanos del ministerio del interior controlen los aparatos estatales de
registro y control de identidades. ¿Para qué Chávez necesita pagar esa
asistencia? No es su iniciativa, se trata de un plan orquestado desde el
Palacio de la Revolución en La Habana.
¿Cómo explicar que el centro
electoral venezolano y La Habana estén conectados por Internet directamente?
Conocidos estos detalles, ¿qué
podía esperarse?
Los más esperanzados
repetían que Capriles movía mas pueblo que Chávez; bien, ¿y qué? Desde siempre
se rumoraba que no respetarían elecciones limpias; no pueden darse el lujo, simplemente.
No habría sido lógico esperar
otro resultado. Psicológicamente muchos nos auto engañamos con una incongruente
esperanza de justicia social. La realidad es otra y es manejada por finos hilos
desde La Plaza de la Revolución en La Habana. No puede haber ni habrá elecciones
honradas en Venezuela mientras Chávez tenga la sartén por el mango.
Jorge B. Arce
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