lunes, 23 de enero de 2012

De fantasmas y otros demonios.

Cerré el libro de mala gana. Mi madre me ordenó acostarme porque era tarde y…

_Mañana empiezas a dar vueltas en la cama cuando te llamo, se te hace tarde para el colegio y quieres irte sin desayunar… ¡a dormir!

Me estiré refunfuñando, ¡ay, Dios, cómo refunfuñaba cuando mi querida madre me obligaba a hacer lo que no  quería! Sabía que a ella le molestaba y por eso lo hacía una y otra vez. Lo recuerdo y no recuerdo haberle pedido perdón nunca por comportarme tan irrespetuosamente. Ahora, creo, que es un buen momento para hacerlo donde quiera que estés, mima.

Me calcé las chancletas y en short y sin camisa salí a la noche calurosa del patio de mi casa, apenas con 9 años de edad, supongo, andando en busca de la letrina que estaba al fondo o mejor, el macizo de plantas de plátanos fruta que estaban más cerca y donde proyectaba mi chorrito en la creencia que ayudaba con los problemas de la sequía y todo lo demás. Como la mitad superior de la pared del fondo de la cocina que limitaba al patio era de celosía de madera, permitía el paso de la claridad de las luces del interior hacia el mismo evitando que tuviera que encender la luz colocada en la propia letrina. No me daba miedo en absoluto, además, aunque no había mirado hacia atrás, sabía que ella observaba mi movimiento y me hacía sentir seguro.

En esos detalles pensaba mientras andaba y en las aventuras misteriosas del libro que había dejado a la mitad a los pies de mi cama, cuando un movimiento imperceptible en los plátanos hizo que se me pusiera la carne de gallina. Había algo allí y se movía, coño, había pensado. Quedé clavado literalmente a los fragmentos de losa que formaban una especie de trillo para evitar el lodo en tiempo de lluvia.



_ ¡Mima, hay algo malo en el patio!

 Gritando y saliendo disparado hacia la cocina fueron dos movimientos en uno. Entré y cerré la puerta de la cocina con un portazo que hizo que mi padre, medio dormido desde la cama, exclamara un exabrupto.

_A ver, ¿qué es, dónde?

Me preguntó nerviosa mi madre acercándose.

_ ¡Allá, allá, por los plátanos!

Ella, que miraba a través de la celosía por encima de mí, dijo:

_No hay nada, Jorgito, son los plátanos.

_ ¡Que no, que no!, ¡mira, mira ahora!

Al parecer, mi madre observó lo que yo y se dirigió a mi padre que sin dudas estaba despierto.

_Casi, ven, creo que debes venir.

Mi padre se levantó en calzoncillos, al hacerlo escuché el ruido característico que produce una hoja de acero cuando roza el piso; se trataba de un machete que siempre colocaba bajo la cama y que en aquel momento se hallaba empuñando. Salió al patio sin decir nada y avanzó recto hacia los plátanos, cortó un par de hojas y desde allá nos dijo:

_Miren a ver si decapité al fantasma que estaban viendo los dos.

Aunque había tratado de alcanzar a mi padre salí detrás de mi padre,  mi madre me lo  impidió. Sentí un alivio tremendo cuando le escuché y de inmediato dirigí mi mirada en todas direcciones tratando de hallar lo que había visto pero fue inútil.

_Claro, no podrás ver nada porque corté las hojas que se movía con la brisa y simulaban un movimiento fantasmagórico. Ya está, remedio santo.

Y habiendo dicho eso se volvió hacia la casa y le seguí todavía con mis dudas.Ya en el interior de la casa,  apareció el sermón acostumbrado.

_Eso te pasa por estar leyendo historietas de muertos y aparecidos.

Me dijo compulsivo con mi libro en sus manos.

Sin embargo y a pesar de esa lección de autocontrol que recibí de mi padre, admito que aunque es un poco turbador, disfruto de escalofríos, erizamientos y saltos en el sillón cuando veo una película de terror de buena factura filmográfica. Es un poco de morbo que llevo dentro. Por aquella época no me perdía las películas del Monstruo de la Laguna Negra, la verde o la que fuera, La invasión de los No muertos y otros de vampiros y fantasmas peligrosos.

_Oye, ¿han oído hablar del Resbaloso?

_ ¿Qué es eso, chico?

_Es un tipo o lo que sea, que se mete en las casas en cueros y cuando lo van a agarrar resbala y se escapa.

_ ¡Eso es mentira, viejo!

_Que no, que es verdad, que oí a un policía hoy diciéndole eso a mi papa mientras le tomaba una foto carnet.

esto había dicho Carlos y se refería a una conversación que escuchara en el estudio de su padre Luis.

Esta conversación ocurría en el portal de la casa de Carlos Font, donde acostumbrábamos a pasar un rato durante las noches antes del "toque de queda" de nuestros padres. Estábamos los de siempre: Carlos Font, el más joven; Angelín, Beni, el Negro, Abe y yo, por supuesto.

_Pero, ¿y qué hace?, ¿roba?, ¿mata?

_No sé, no sé, solo escuché eso.

Realmente el Resbaloso fue un acontecimiento real, era una especie aventajada de ladrón, algo así como un ladrón de "última generación",  que se embadurnaba el cuerpo con grasa y dificultaba asirlo si era sorprendido. No recuerdo si fue o no atrapado, creo que cuando no fue más noticia en el pueblo, desapareció o se “retiró”.

_ ¿Por dónde vivirá?

Había preguntado Carlos, que sin dudas estaba pensando lo mismo que todos los demás: La eventualidad de que pudiéramos estar amenazados por las fechorías del Resbaloso.

_Oye, ¿no será un fantasma de verdad?

_ ¿Quién va a creerse eso, viejoooooo?

_Los fantasmas no existen, caballeros, déjense de guanajerías. Y si los hay solo están en el cementerio, porque que yo sepa, no pueden estar moviéndose muy lejos de la tumba donde lo enterraron.

A esta afirmación del Negro, que era como le llamábamos a Roger, siguió un silencio reflexivo de algunos minutos. Como yo, seguro que todos estaban haciendo sus deducciones pero temían preguntar lo peor.

_Negro, según tú, los fantasmas viven en el cementerio. ¿También en el de aquí de Nuevitas?

_ ¿Ustedes creen en los fantasmas?

_Yo sí

_Y yo también. Además los he visto en casa de mi abuela.

Este fue Roger, que al parecer esa noche era el que tenía ganas de joder.

_ ¡Ahh, Ahh, mentira, paquetero!

_Estoy diciendo la verdad. ¿Quieren que les cuente?

_ ¡Siiiiiiiiiiiii!

Y Roger narró que una noche en casa de su abuela, por el barrio de Cantarrana, estaba solo sentado en la escalera trasera que descendía hasta el muelle donde amarraban los botes de pesca. Y Sintió que alguien le puso la mano en el hombro. Creyó que era su mamá pero le extrañó que no le dijera nada y cuando volvió la cabeza no había nadie. Se estremeció y salió corriendo dando gritos al interior de la casa donde sus familiares que estaban sentados en el lado opuesto, en el portal, conversaban tomando el fresco. No le creyeron ni jota pero no se atrevió a regresar al portalón del patio y mucho menos ponerse a pescar Curvinos a esa hora como acostumbraba a cada rato.

Nos quedamos con ganas de escuchar más, al menos yo, pero Roger se mostró hermético y visiblemente emocionado.

_Caballeros, esas son imaginaciones, son el producto de nuestra mente.

Quedé sorprendido yo mismo después de escucharme repetir lo que mi padre me había insinuado justo durante el episodio del patio, las sombras y las matas de plátanos.

_ ¿ehhh, y a éste qué le pasa?

_Sí, hombre, si Canilla es el más pendejo.

(Canilla era mi sobrenombre en alusión a mis hermosas piernas).

_ ¿ehhh, qué te pasa, coño?

Riposté enseguida tratando de defender mi honor herido de gravedad. No podía dejar pasar ese petardo porque se me quedaba lo de pendejo y en un grupo de niños eso es igual a tener que demostrar que no lo es a golpes de puños todos los días.

El Negro intercedió entre nosotros antes de que la sangre llegara al rio.

_Déjense de guapería barata los dos. Lo que tienen que hacer es demostrar su valor acompañándome al cementerio una noche de luna llena.

Aquello le puso la tapa al pomo.

_ ¿qué tú dices, Negro?

_Digo que la única forma de probar que existen o no es yendo al lugar donde todo el mundo piensa que deben estar los muertos aparecidos. Eso digo. Pero comprendo que hacen falta cojones.

_El Negro tiene razón. Si somos hombres vamos al cementerio y comprobarlo.

Era Beni, Benigno quien apoyaba al Negro en su tesis.

_Si, vamos a hacerlo. Mi abuela dice que los fantasmas son almas ambulantes que no se fueron al cielo porque dejaron algo pendiente por terminar cuando murieron y se quedan gimiendo y maldiciendo tratando de terminarlas porque si no lo hacen no pueden elevarse eternamente.

Aquella definición cuasi-académica para 10 años nos cerró la boca a todos. Quedamos pensando que la conversación no conducía a nada bueno. Me entraron ganas de irme y poner tierra por medio, pero no sabía cómo urdir una retirada honorable y ansiaba porque la voz de Orlinda, mi madre, sonara en la noche llamándome desde lo alto del portal de mi casa a pocos metros de donde estábamos. Pueden adivinarlo, aquella noche mi madre no me llamó.

Realmente Beni se mostró muy conocedor del asunto. No tenía que esforzarse mucho para que le creyéramos, era un líder nato. Y en el caso de nuestro grupo de niños traviesos, mantenía esa posición desde que demostró ser el mejor bateador y atrapador de lances en primera base (jugando baseball).

_Lo que necesitamos de inmediato es conocer cuándo hay luna llena, porque es requisito para que salgan las almas en pena.

Carlos salió disparado hacia el interior de su casa y regresó "chillando gomas" con un calendario en la mano. El Negro lo tomó en sus manos y gritó:

_ ¡Mañana!

Confieso que se desató un febril entusiasmo como si todos tuviéramos puestos conitos de cumpleaños en la cabeza y cake en las manos, listos para abalanzarnos sobre la piñata. De repente desaparecieron las tensiones disparadas por el temor a los fantasmas y nos pusimos a planear cómo, cuándo y dónde.

_ ¿Qué aspecto tienen los fantasmas?

_ ¿En qué parte del cementerio?

Las preguntas llovieron y nadie contestaba nada coherente.

_ ¡Dejen las guanajadas, caballeros, los fantasmas se ven igual que en las películas, ¿de qué otra forma?

_ ¡Tengo una idea, caballeros!

Fue Abelardín quien lo proclamó.

_ ¡Vayamos con un crucifijo en la mano!

_ ¡Ayyy, Ayyy, chico, no seas bruto, eso es para los vampiros como Drácula!

_ ¿No? ¿Y no es lo mismo un fantasma que un vampiro?

Aquello fue interminable, para qué aburrirlos. Las cosas terminaron cuando empezaron nuestras madres a llamarnos.

_ ¡Hey!, a todos, mañana nos reunimos aquí a las 7 con linternas y sogas y un silbato.

Fue la orden del líder.

No pude dormir tranquilo. Un montón de veces me desperté con pesadillas aterradoras y en todas, los muertos me halaban de los pies. ~Coño, pensé al despertarme; pasa igual que en las películas. Los muchachos tenían razón~

A la siguiente noche todos estábamos allí como soldados en pase de lista y equipados con lo que pudimos conseguir.

_Tenemos que apurarnos.

Dijo el Negro.

_Beni tuvo que ir a casa de sus abuelos porque su papá lo mandó, pero se encontrará con nosotros allá. Yo también me reuniré con ustedes allá porque tengo que ir a un mandado. No se preocupen, vayan caminando que los alcanzo en la bicicleta de mi hermano antes de que lleguen.

_Y ¿qué hacemos, Negro?

_Lo que tienen que hacer es ir por la parte trasera donde el muro está partido y derrumbado. Hay una matica grandecita que está allí mismo. Se agarran de la mata y brincan adentro. Por la puerta no se puede entrar.

_Pero, ¿por qué si siempre está abierta?

_Ahh, porque por la noche le ponen candado a la reja, boboooo. ¿Cómo la van a dejar abierta?

_es verdad…

Echamos inventario a nuestros instrumentos de enfrentamiento a los fantasmas:

Crucifijos, dos internas, fósforos, dos tramos de soga que se utilizaban en tendederas por nuestras madres, un silbato de policía, una sevillana, un cuchillo de carnicero, un frasco de mercuro cromo, esparadrapo y papel y lápiz para escribir el último adiós a nuestras familias, había dicho Abe.

Con mucha seriedad escribimos nuestros nombres y deseos por si no regresábamos de nuestra guerra y decidimos dejarlo en la cámara fotográfica que Font  más utilizaba a fin de que lo hallara mañana si no regresábamos de nuestro peligroso raid a lo siniestro.

_Oigan, ustedes se olvidan de algo…

Repuse con cierta duda.

_ ¿qué pasa ahora, Jorge?

_Nada, que si nos tardamos, cómo le vamos a explicar a nuestros padres dónde estábamos?

_Ay, chico, miren a éste: Va a arriesgar su vida y pensando en llegar tarde o temprano… !no jodas!

_Está bien, por si o por no, le diré a mi mamá que voy con Carlos a casa de su abuela Malvina y que Wichy nos acompaña. Así, si tardo, como vive lejos no se preocupará. Caballeros, lo que quiero es que no me castiguen a no poder jugar pelota…

Pensaba que Malvina tenía teléfono, pero en mi casa no y mi madre no iría a casa de nadie a molestar. Coartada infantil.

Al fin salimos Agramonte abajo hacia el cementerio. Hablamos bastante poco por el camino porque nos movíamos a "paso reforzado". Al llegar, en lugar de ascender la cuesta hacia la entrada del cementerio, seguimos por la cuneta derecha de la carretera hacia Camaguey y subimos la lomita a la altura del fondo del camposanto. Hicimos lo planeado y saltamos el muro por el sitio que el Negro nos indicó. Una vez dentro, nos movimos lentamente entre las cruces y las tumbas hechas a ras de tierra; aún no habíamos llegado a los panteones.

_ ¡No enciendan linternas!, no hacen falta, miren que claro está.

Ciertamente, la luna, aunque no estaba en plena madurez de Luna Llena, dejaba caer mucha claridad y permitía que avanzáramos sin dar tropezones.

_ ¿A dónde vamos, caballeros?

Susurré a Abe que iba delante.

_Vamos hasta la capilla, allí podemos estar a la sombra de la luna. Me dijeron que tratáramos de colocarnos a la sombra pero no sé por qué.

_ ¿…?

Seguimos avanzando agazapados, como en la guerra, con la cabeza baja para evitar los disparos.

_ ¡Coñoooo!, se fue la luna.

Efectivamente, una gran nube había cubierto parte del cielo entre nosotros y la luna, y la oscuridad se adueñó del cementerio dejándonos a nosotros como “agua pa’ chocolate”.

_ ¡Agáchense, agáchense!, allá hay una luz que se mueve.

Nos tiramos al suelo de rodillas y nos quedamos más quietos que si estuviéramos congelados.

_ ¡Ay, mi madre!,

Dijo Carlos.

_ ¡Shhhhhhh!

_Parece que es el celador del cementerio porque se ve en la puerta, seguro que está cerrando porque es temprano…

_ ¿Qué temprano ni temprano, coño?,  son como las 8 y media.

_Sioooó, si nos cogen estamos en tremendo lio…

En ese momento nos dimos cuenta que penetrar a esa hora en el cementerio nos podría convertir en ladrones de tumbas.

Por unos minutos, tan largos como años, entre el aire fresco de la noche y los mármoles de las lápidas, el temor al celador del cementerio fue apagándose por los pegajosos pensamientos hijos de nuestra débil y fértil imaginación donde unas manos despellejadas y malolientes salían de la tierra y se aferraban a nuestras piernas y nos alaban hacia abajo, hacia las tumbas. Estábamos agazapados, uno detrás del otro y como por encanto estos pensamientos, que evidentemente eran la primera ocupación de todos, nos fue aproximando cada vez más hasta unir nuestro cuerpos en busca de protección ante lo sobrenatural. A estos cementeriales comentarios, no me abandonaba la preocupación que me aturdía tanto como los jodidos fantasmas: Para esta hora, como tenía costumbre, mi madre salía al portal y echaba un vistazo en derredor, buscándome, y aunque le había hecho la historia de la abuela de Carlos, sabía por sus ojos, que no me había creído. Así que, sin "tragarse" el paquete, seguramente estaría haciendo sus indagaciones para "descubrir" qué se traía Jorge entre manos con sus historietas e invenciones. Me conocía y sabía que era mentiroso por deporte.

Allí estábamos con nuestras linternas apagadas y viendo como las nubes se desplazaban rápidamente impulsadas por el viento, mostrando intermitentemente el plácido satélite de la Tierra. A nuestra derecha la cuesta donde estaba construido el camposanto, bajaba, atravesaba la carretera que une a Nuevitas con Camagüey y se elevaba hacia la entrada de la playa Cuatro Vientos. A nuestra izquierda se elevaba, atravesaba la tapia del cementerio y se perdía hasta su máxima elevación interrumpida a veces por unas amarillentas luces provenientes de las casas. Hacia nuestro frente, pasando por una gran cantidad de panteones y lápidas con angelitos y cruces cristianas, la capilla y la puerta principal. Hacia atrás, la suave bajada y las cruces aisladas cercanas al sitio por donde penetramos.

Admito que estaba casi aterrado, al borde de ponerme de pie y salir disparado hacia la puerta dejando a todos embarcados. Solo la respiración entrecortada de Carlos golpeándome la nuca, me sostenía allí. Pensaba: ~ ¿qué va a ocurrir ahora?~.

_ ¿Qué va a ocurrir ahora?

Preguntó Abe después de sustraerme mis propios pensamientos.

_ Tú eres el que sabes, coño. Después del embarque del Negro y Beni estamos aquí muy jodidos.

Dije con el peso de una tonelada y media de reproches.

_ ¿Ahora lo dices, cabrón?

_ ¡Cállense, coño!

Los ánimos estaban caldeados y en aquella incómoda posición no podíamos continuar por más tiempo.

_ ¡Vámonos de aquí, caballeros, esto es mierda!

Dijo Carlos haciendo ademán de ponerse de pie.

_ ¡Shhhhhhh!, creo que vi algo.

Ese era mi problema ¿Qué podría verse en esta oscuridad solo y parcialmente por la luna que se afanaba por desaparecer y aparecer? El hecho era que no tenía idea de lo que podría ver, del peligro, de lo desconocido.

_ Yo me quiero ir, caballeros…

Gimió Carlos.

_ ¡Ayyy, coño me cogieron un pie!, ¡Ayyy!

Susurré en casi un gemido al sentir que me apretaba el tobillo izquierdo.

_ ¡Cállate, soy yo!

_ ¡Shhhhhhh, coño!

Desde la puerta principal, inequívocamente un haz de luz de linterna se movió en nuestra dirección.

_ Tenemos que movernos hacia la capilla para escondernos allí antes de que llegue el celador, vamos.

Nos movimos rápido pero en silencio hacia la capilla que nos quedaba muy cerca. Empujamos la puerta entreabierta que chirrió lastimeramente, como era de esperar.

_ ¡Shhhhhhh!

_ ¡es la puerta,  chico, no jodas!

Nadie se atrevía a entrar.

_Vamos, entren...

_ ¡Mierda, entra tú!

Miré hacia la dirección de la puerta y vi la luz aproximándose. Me decidí y me deslicé hacia dentro; tropecé con algo que me dejó en shock porque los golpes en la tibia son muy dolorosos y las mías no fueron bien despachadas con carne.

Los demás me siguieron adentro. Nos manteníamos juntos todavía.

_Oigan, hay algo allí….

_Son tarecos, chico...

Encendí mi linterna y manteniendo bajo el haz de luz, lo paseé por el sitio. Solo había dos mesas de cemento alargadas, cubos, guantes, palas, picos, botellas con líquidos y otros irreconocibles. Había unos ataúdes muy destrozados recostados a una de las paredes. Nos quedamos en silencio con los huevos rozándonos la campanilla.

Conseguimos a entrecerrar las dos hojas de la puerta de entrada dejando un filo para mirar hacia afuera. No se escuchaba ni veía nada. Los tres mirábamos al mismo tiempo hacia afuera pensando en cómo íbamos a salir de allí.

_ ¡Se acerca la luz!, ¡échense pa’ tras!

Retrocedimos hacia una de las paredes cerca de los ataúdes destruidos y nos quedamos cagados mirando hacia la puerta y escuchando nítidamente dos sonidos al unísono: el retumbar del corazón y el castañear de los dientes…

De pronto las dos hojas de la puerta se abrieron bruscamente y el quejido de las bisagras oxidadas retumbó en mi cerebro taladrándolo hasta el cuello. Algo que rozaba el marco superior apareció en forma fantasmal y en medio de la puerta. Era algo, como una figura humana pero más alta; con un resplandor tenue en su centro que permitía descubrir como dos enormes y largos brazos pero no humanos que no sintonizaban con el resto. Se movían desde abajo a arriba, casi paralelos y encima del resplandor central algo muy oscuro y redondo con muchos apéndices colgantes como cabeza de Medusa nos dejó literalmente petrificados.

Me levanté y corrí hacia un agujero pequeño, junto al piso de una de las paredes del fondo. Me raspé las rodillas y los codos con la pared y el piso por la velocidad con que me deslicé por el agujero.

No recuerdo si fui el primero, pero cuando me puse de pie en el exterior, solo se me ocurrió correr en dirección contraria a la cosa aquella, sin rumbo fijo y entre angelitos, cruces y panteones sin mirar hacia atrás. Tomé un sendero paralelo a una pared con gavetas para colocar ataúdes y me detuve solo cuando la tapia del cementerio me impidió continuar.

_~ Y ahora, ¿qué hago?~

Pensé y decidí seguir paralelo al muro pensando que me llevaría sin dudas al lugar por donde habíamos entrado.

Efectivamente, lo encontré salté fuera y seguí lo más rápido que pude hasta el talud de la carretera y ya en ella, corrí hacia la entrada del pueblo. Bajo un poste de la luz me detuve sin aliento y creo que con el pantalón mojado y no de agua.

Unos minutos después, cuando logré respirar con facilidad, me entraron los remordimientos por haber abandonado a Abe y a Carlos. Miraba hacia la entrada del cementerio con la esperanza cifrada en que no les hubiera ocurrido nada a mis amigos, pero contento de que estaba allí con apenas unos magullones y rasponazos en codos y rodillas.

Me sequé el sudor de la frente con las mangas de mi camisa y pude ver que una figura se acercaba a la intersección descendiendo desde el cementerio. Cuando estuvieron más cerca comprobé que eran varios y empecé a identificar sus voces y palabras.

_ ¡Coño!, ¿esa no es la voz del Negro?

Escuché una carcajada seguida de otras menos entusiastas. Uno reía sin parar.

_ ¡Hijo de puta!

Aquella era la voz de Carlos pero en un tono entre encabronado y contento.

Cuando el grupo estuvo más cerca alcanzaron a distinguirme junto al poste de la luz.

_ ¡Mira quién está allá!

_ ¡Cómo corrió Canilla!, ¡Coñooooooó!

_ ¡No sé cómo cupo por el hueco de la pared!

_ ¡Si no es por el poste de la luz llega corriendo a la Punta del Guincho!

_ ¡Canilla, pendejón!

Y yo estaba en medio del coro de mis socios como punto de bonche. Me estaban despalillando en vida y a pesar de que había más gente con los pantalones cagados en el cementerio, me tocaba a mí por haber puesto pies en polvorosa. Era inaceptable e injusto, pensaba.

Mi mente empezó a atar los cabos. La aparición era un ardid de los cabrones de Beni y Negro, que se mostraron tan confiados y valerosos por la aventura al cementerio y que además, fueron los inventores. Su ausencia de la salida y de toda la aventura, los convertían en los sospechosos de mover las cuerdas detrás del escenario. Ellos eran los que inventaron la aparición. Después me lo contaron. Era un maniquí improvisado con una sabana vieja, un candil de ferrocarril dentro de un saco blanco de harina; todo alzado con un esqueleto de varas de rascabarriga con una “cabeza” formada por una yerba de alimentar ganado que le dicen “tumba viejos”.

La ira por la frustración y el engaño del que había sido víctima, sucedió al miedo que hasta hacia muy poco señoreaba mi mente. Y antes de que me ocurriera lo peor, tomé por la calle Agramonte hacia mi casa cagándome en silencio en la madre de cada uno de ellos. El encabronamiento se me quito al otro dia y todo volvió a ser como antes.

Una vez más la verdad se había impuesto a las especulaciones y a la autosugestión que era el método que inconscientemente nos había producido ese medio ancestral a los fantasmas.

Jorge B. Arce

1 comentario:

  1. Recuerdo que en aquella época, 1959-1960, las historias populares sobre fantasmas, mostruos, fenómenos inexplicables, desaparicions, apariciones horripilantes, caballos desbocados, ruidos de cadenas, chirriar de hierros y toda una increible parafernalia de cuentos producidos por la exhaltación de autores informales y sus oyentes, abundaban. Nosotros, un grupo de niños de edades entre 9 y 12 años crecíamos rodeados de todos estos misterior inexplicable desde todos los ángulos de la razón. De hecho nos divertíamos discretamente con estas historias porque alentaba la producción de adrenalina y nos convertía en unos chichos ruidosos y traviesos a pesar de que sentíamos mucho respeto por las mismas.
    Confieso que me he atenido escrupulosamente a la verdad en esta narración y que si no he dispuesto más detalles ha sido para acortar el spot aún corriendo el riesgo de rebajar su calidad descriptiva.

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