jueves, 25 de abril de 2013

Cruel hipocresía.


Cruel hipocresía.

 

En los medios de prensa nacionales hay un determinado grupo de personas relacionadas con el periodismo, los shows, la noticia y el activismo cívico que se pronuncian continuamente sobre tres temas controvertidos de la actualidad:

 

-el control de armas;

-la presencia de las cámaras de vigilancia en las calles y espacios públicos y

-la inmigración.

 

Y percibo algo sintomático en esas opiniones sobre aspectos que están relacionados entre sí por un mismo catalizador: la libertad individual, base de los fundamentos de la nación.

 

Estados Unidos de América es la sociedad que goza de mayores libertades en todo el planeta. Es un hecho indiscutible.

 

Es aquí donde usted tiene la posibilidad de diseñar, emprender y conquistar sus sueños o el más loco de sus proyectos sin que nadie se le interponga (hablando en términos de razonabilidad).

 

Nadie le pregunta de dónde viene, a dónde va. Si cree en algún dios o en todos los dioses o en nada. Nadie le bloqueará el paso como transeúnte, lo contrario, se lo franquearán en todas partes. Nadie le mirará insistentemente por más de 5 segundos ni le criticarán ese ridículo sombrero que se empeña en colocarse todos los días. Tampoco le criticarán su animosidad a poseer 10 o 20 mascotas ni a veranear en invierno. Puede, sin ser rechazado, trabajar en dos o tres lugares, si lo soporta. La policía nunca lo detendrá mientras conduce a menos que haya infringido una regla o su actitud sea razonablemente sospechosa.

 

No es por admirar la estatua de la libertad, las Everglades o el puente de San Francisco que la gente se “la juega” tratando de alcanzar territorio norteamericano.

 

Aquí es donde se rozan la inmigración ilegal y la posesión de armas. Los que opinan sobre el control de armas expresan que deben monitorearse los antecedentes del comprador previamente a la adquisición del arma, así como capacidades de cargador y tipo. Pero un momento. He adquirido tres armas distintas en los últimos tres años y no he conseguido llevármela a casa sin antes recibir el vendedor el beneplácito de la policía. Así que no está muy claro para mí esta afirmación, pues opino, en mi caso, que han alterado la verdad. Ni siquiera en los Guns Shows el adquirente puede llevársela sin que se requieran sus antecedentes. Y hablo de primera mano.

 

Y si ese es mi caso, que no soy excepción, presupongo que se produce igual en todos los demás.

 

Luego entonces, ¿de cuál control sobre la venta de armas hablan los detractores?

 

El caso más reciente en Connecticut el autor no era un poseedor de armas, la sustrajo del lugar donde su madre la guardaba, no adquirió en una tienda de armas ni requirió el permiso para portarla. Lamentablemente se trató de un enajenado mental y de una negligencia considerable de su madre.

 

Comprendo también que estos cuestionadores de la libertad de movimiento basan sus expectativas en la deducción de que los malhechores podrán disponer de menores oportunidades si circulan menos armas, lo que es un disparate y una agresión al derecho de poseerlas. Y me recuerda al director de escuela que prohibió a sus alumnos comer caramelos para evitar que arrojasen las envolturas en el patio escolar. Es un disparate porque sólo hay que deducirlo colocándose en los zapatos de un rufián que planee eliminar a otro sujeto con un arma de fuego. No lo haría con su propia arma adquirida en Florida Guns o en otro establecimiento, sino que la adquiriría del mercado negro para entorpecer la pesquisa policial que rodea a un crimen.

 

Esa posición de secuestrar la libertad de acción que disfrutamos los que residimos bajo el imperio de la bandera de las barras y las estrellas coarta la libertad y crea un nefasto precedente social y judicial.

 

Y lo contrastante con esta posición lo es el hecho de que estas mismas voces que aúllan para imponer control a esa libertad, se colocan en el lado opuesto de otros que quieren condicionar la solución a los 11 millones de indocumentados a rigurosas condiciones y a la hermeticidad de controles fronterizos. Es decir, de un lado enclaustran más el ejercicio del derecho a adquirir un arma de fuego por conveniencias de razones personales y de otro aflojar la cuerda para que esa cifra de gente desconocida adquieran el acceso a la libertad que gozamos los que hemos cumplido con las reglas y se oponen a remediar tratados con Méjico sobre la “porosidad” de la frontera que separa ambos países, así como de los hechos derivados de ese tránsito ilegal desde aquel país por personas que delinquen para lograrlo y que allí están los comandos de los tres cárteles de la droga más peligrosos del hemisferio con ramificaciones en los propios Estados Unidos.

 

Y esas mismas voces son las que se “desgarran las vestiduras” contra las cámaras de vigilancia porque “invaden” nuestra privacidad; ¿qué privacidad, señores? Es ridículo. Esas mismas cámaras que acusan de “robarnos” nuestros misterios personales como cojear, mirar el trasero de las mujeres con que nos cruzamos o explorar las fosas nasales con un dedo, son las mismas que “cazaron” a los autores del atentado de Boston. Hay que destacar que en esta guerra que los extremistas islámicos le han declarado a Estados Unidos por su cuenta y riesgo y actuando desde las sombras, sus agentes libran las acciones en “un campo de batalla” que son nuestros trenes, buses, maratones, edificios, etc. Por ello, cuando son descubiertos, se aplican los procedimientos determinados para su captura como combatientes terroristas en el campo de batalla en medio de una guerra, no como asaltantes de bancos.

 

Estos mismos críticos del reforzamiento de la defensa de nuestra integridad gozan tomarse fotos con los más humildes, adoptando poses de bienhechores. ¡Cruel hipocresía! Son los mismos que en sus espacios cierran puertas a los más conservadores, les atacan en cuanto tienen oportunidad tratando de desacreditarlos a toda costa.

 


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