El alto precio de la libertad.
Después de leer atentamente
el comentario del Sr. Jorge Ramos, articulista de El Nuevo Herald, al que le
llamó “El video y las fotos”, me pregunto cuál fue el mensaje ( si lo hubo) que
su mordaz crítica a la libertad de expresión protagonizó, pues de comienzo
cuestiona si ésta debe tener o no límites para más adelante diluirse en la
respuesta del mundo islámico al afamado video ridiculizante de Mahoma y el
Islán en general, así como las fotos de la duquesa de Cambridge mostrando sus
senos.
Por ello quiero centrarme en
la interrogante que el articulista apunta y cito: “¿hay límites?” (Refiriéndose
a la libertad de expresión).
Soy nacido y hecho hombre en
un país totalitario donde las libertades civiles son poca cosa más que m…; de
modo que me siento en el derecho de cuestionar cualquier pronunciamiento que
considere amenazante a estas libertades, como el caso de este artículo.
En algo concuerdo con el Sr.
Ramos, y es que el video es un producto de baja categoría, muy lejano de ser
contemplado como cine y mucho menos como arte. Pero…no deja de ser una
plataforma a la libertad de pensamiento; es en sí una expresión de pensamiento.
Su autor estima que las alusiones históricas abordadas se han desenvuelto en el
medio recreado. Respeto eso por tratarse de una expresión. Hay que recordar que
cada cual piensa lo que determine. Hay que respetar eso.
Si el realizador viviera en
Cuba y Google y You Tube fueran manejados por el gobierno de la isla, dicho
video no hubiera sido visto; no me cabe dudas. Nada que atente contra los
intereses del estado cubano podría ser publicado. Es un hecho. Pero el autor
reside en Estados Unidos y eso, por si no lo entienden algunos que no vivan
aquí, establece una enorme diferencia respecto a las libertades civiles. Ni
siquiera lo pongan en duda. En Estados Unidos se goza una libertad de expresión…
¡inaudita! Es la palabra que más se aproxima a tal cosa, pero aún no le llega a
demostrar a usted, que vive en la Conchinchina, algo semejante.
Ocupa entonces preguntarse
si se hubieran producido la violencia y su secuela de muertes de funcionarios
diplomáticos (y esto, amigos, es decir mucho), destrucción, daños y todo lo
demás que genera un tumulto frenético tras una dosis de nacionalismo y Sharia en
un discurso por un megáfono portátil. Por supuesto que no, pues este iniciador
al discurso público desencadenó los resquemores, la ideología extrema de la
farsa religiosa y todos los demás extremismos que se les ocurra imaginarse. De
ahí que muchos se pregunten si las autoridades estadounidenses debieron
permitir que se subiera ese material. Claro, los que se hacen tal pregunta no
imaginan que la vida aquí no es como en el país totalitario donde viven, en que
el estado es un “SER” omnipresente y omnipotente, estando por encima de todo lo
demás (incluida las personas, sublime creatura de Dios). Pero no les critico
por esa falta de información, al contrario, deploro que no puedan conocer el
planeta donde viven a pesar de que es ya tan pequeño que cuando Estados Unidos
tose el resto se resfría.
Pero retomando el asunto,
esos que culpan al gobierno por permitir que se subiera ese material sin
imaginar que el gobierno es ajeno a todo ello, lo expresan justificándolo con
la posibilidad de que de haberlo hecho no se hubieran desatado tales
vandalismos. Es cierto. Pero analicemos.
Suponiendo que la
Casablanca, valiéndose de determinados medios de control, hubiera coartado el
ejercicio del derecho de expresarse del realizador para evitar los desastres
ocurridos, pero que eran deducidos; se había producido una lesión de
consecuencias incalculables al país y a la democracia en general. Después de
eso Estados Unidos no sería Estados Unidos; que no le quepa duda a nadie. Los
propios medios de información recogerían el hecho y le darían las doce mil
vueltas convirtiéndolo en un genocidio a la democracia. ¿Que no?...
Después de las
consecuencias, ni los periodistas de otros países se trasladarían a residir
definitivamente a Estados Unidos.
Por suerte la
institucionalidad democrática es tan fuerte y arraigada que lo anterior es pura
hipótesis, claro.
No puedo comprender
claramente el por qué de la pirueta final del escrito cuando alude a que no fue
prohibido el material que provoco violencia y muerte y sí fue prohibida la exhibición
de las fotos de la duquesa semidesnuda. Esta vertiente del escrito es
rotundamente malintencionada porque es sabido que no fue el gobierno quien
prohibiera su exhibición si no un juez, que no por casualidad es la Tercera
Columna de la democracia y eso porque un sujeto civil con interés en el asunto
interpusiera la demanda oportunamente ante quien y como corresponde. El
articulista no puede ignorar eso; estoy seguro, tonto no es. Pero concluyamos
en decir que los senos de Catalina mostrados en You Tube no es arte ni la
expresión de pensamiento, es relajo puro, ¡caramba!; esas imágenes fueron
obtenidas robando la privacidad de la vivienda de esa señora; su autor es un ladrón
de la privacidad de las personas y debe ser enjuiciado, mientras que el denigrante video (lo de
denigrante lo pongo yo), sí lo es, aún y cuando como cine es una m…
Y contesto la primera
pregunta, Sr. Ramos: Sí, hay límites a la libertad de expresión, pero están
acotados por los tribunales, no por los ejecutivos. El lesionado concurre a
través de las vías que establece el procedimiento y el juez establece el debate
decidiendo si hay o no infracción legal.
Ese es el límite, Sr. Ramos.
Claro, los musulmanes de
Pakistán, por ejemplo, viviendo bajo una semi-Sharia, no pueden entenderlo,
usted sí.
Jorge B. Arce
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