La luz verde.
La estupidez ?; adicción ?; moda ? en el uso de los teléfonos
celulares ha llegado a tal extremo que esas pobres gentes atrapadas por esos
aparatitos caminan por el mundo prescindiendo de partes de su cuerpo.
Obsérvelos atentamente mientras dedica su tiempo en la espera de la luz verde
en la intersección: Avanzan un poco indecisos y desvalidos cuando intentan
salir de un Starbucks empujando la puerta batiente resistente a ese empuje con
el costado del cuerpo o con el hombro o con el pie y hasta con el trasero; es
que no puede hacerlo con su brazo derecho pues éste se halla ocupado
sosteniendo en equilibrio un vaso que contiene un Mocha con chocolate y crema
congelada, provisto de un absorvente que usa cada cuatro o cinco pasos_su vida
es tan agitada que no puede emplear 5 minutos en paladearlo sentado como una
persona normal y luego seguir su camino_ para disfrutar del suave sabor de la
bebida energizante, pues es que en la
otra sostiene, responsable y metódicamente, un flamante Smartphone conectado a
la red constantemente, lo que le permite a nuestro observado/a, mantenerse
informado sin interrupciones propias de beberse un café, a importantes páginas
que le permiten vivir activamente, como los videos de risas de YouTube,
Instagram o los trabajos (¿?) que cuelga la gente en Facebook todo el tiempo.
Es muy importante porque nuestro hombre/mujer puede enterarse del último
traspié de Kathy Moss cuando se bajaba de la limosina frente a un restarurante
en el Soho de NY o la tanguita que exhibía el gran trasero de la Kardashian;
también de las idioteces de los que se suben a los techos de sus casas y se
lanzan a una tina llena de agua que mide 2 por 2 pies cúbicos y terminan
rompiéndose brazos y clavículas. En fin, ese mundo interesantísimo que nos
brinda la Web constantemente 24/7/365 y que según dicen los expertos, mantienen
en alto tu Autoestima y tu Vigor sexual, así como la cara sonriente y plena de
placer inconmensurables, solo comparables a lo que se siente cuando se come un
plato de arroz con frijoles negros y
plátanos maduros fritos, aderesados con empella de cerdo recién salida de la
sartén.
Puede que ponga cara de contrariedad
pues salir airoso empujando una puerta como esas con las dos manos ocupadas, la
que opone resistencia a la presión debidamente ejercida por el hombro o por el
trasero, es digna de admirarse. Pero nuestro sujeto/a no desmaya, sigue
empujando; sostiene con vehemencia su “cup of coffee” con la mano derecha en
equilibrio, como ya dije, perdón por la repetidera. Se molesta aún más porque
la clásica mochilita _casi vacía_ y que forma parte del atuendo bohemio,
insiste en quedarse dentro de la tienda _no voy a repetir el nombre de
Starbucks porque lo dije al principio_, pero que sin dudas es un lugar que se
apega a los hombres y mujeres muy serios o sonrientes, en la mañana, la tarde o
la noche; en días de semana o en medio de un aguacero tropical, se reúnen a
hacer apuntes muy importantes en sus “notebook” o a insistir pulirse las yemas
de los dedos con el display del “inteligente-teléfono”.
Y volviendo a nuestro conejillo de
indias, casi está enojado; puedes notarlo en su expresión de insatisfacción con
el mundo que le rodea y en su mirada puesta en esa puerta de los demonios que
se empeña en no permitirle irse de una buena vez a la m…Mientras tanto, el
smarphone, desde su mano izquierda, no cesa de mantenerle conectado al mundo
entero, aunque no entienda ni jota del cantonés o del tailandés, pero
informando de los avances en el mundo de los superconectados al adelanto
científico y a los cuentos de relajo o a las sweetgirls que no se cansan de
mostrar sus tetas para ver qué pueden sacar de ella y matar el tiempo que les
sobra sin hacer otra cosa maravillosa como esa de mostrarlas para que otro se
las envidie y otra diga que las tiene flojas. Es que esa puerta se la tiene cogida
con él/ella y no cede a su empujón y augura con echarle a perder este día
sublime y el tiempo de ensueño pasados en el Starbucks _siento repetirlo_,
acompañado de diligentes entes como su mochila, su smarphone y su
imprescindible “cup of coffee” No. 3 del día. Tartamudea unas palabras de
contrariedad mientras sigue forcejeando con la puerta impertinente y estúpida
que le está por joder su “grandioso día”; hasta se toma la libertad, no tan
bohemia, de mascullar unas palabrotas: “what hell!”, lo que viene siendo algo
así como ¡Qué cojones! en Castellano, y comprime su trasero contra el cristal
de la puerta que se muestra renuente a su propósito. Está a punto de entrar en
pánico, o en shock, que no es lo mismo pero que se usa mucho en Miami; y se
pregunta qué demonios le ha hecho a esa puerta para que no le deje salir a la
calle; que por qué le importuna.
De pronto ocurre lo que no puede
ocurrir: Su valiosísimo tesoro, su imprescindible y buen amigo inseparable,
refulgente smarphone resbala de su mano izquierda y sus 400 dólares constantes
y sonantes repican en el pavimento con un crujido que hace que todas las fibras
de su cuerpo adolorido vibren a una intensidad rayana en la crisis de nervios.
Con su mano izquierda libre, le da un firme empuje a la puerta que cede a su
impulso y le permite recoger a su adorado tesoro hecho mierda. Consternado,
entristecido, apesadumbrado, incomprendido, desalentado, lanza un grito
inintelegible para mí, porque los cornetazos que me sonaron los vehículos que
estaban detrás del que usaba, me recordaban que la luz se había marcado a
Verde.
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