Telaraña
de utopía.
La doctrina ideológica del comunismo,
primero, _ del socialismo después, y por último la línea populista más reciente,
que grosso modo regodea sus máximas y estratégicas aspiraciones sociales en
repartir igualitariamente las riquezas nacionales entre los ciudadanos.
Es una falacia porque la
idea inmediatamente conlleva a la imaginería popular, simple, no científica, a
recrear un estado social donde los que vivan allí serán objeto de todo tipo de garantías
económicas, sociales, de salud, culturales, de trabajo, etc. Que todos tendrán acceso
a los más altos estudios en las mejores universidades; que todos tendrán la
oportunidad de recibir un salario por su trabajo que le permita acceder a
alimentación, ropas y calzado; diversiones, cultura, deportes y otros
beneficios como los de la salud, seguro de vida y accidentes por igual. Porque,
¿de dónde van a ser obtenidos los recursos para respaldar esos gastos que, por
otra parte requeriría en un buen superávit y un PIB sostenido.
Una de las insalvables
dificultades que han enfrentado los países que han pretendido instaurar un
sistema como éste, ha sido la pertinaz resistencia y oposición que, unas veces
notoria y otras solapada, enfrentan los ciudadanos a ser manejados como piezas
en un tablero a voluntad de una “fuerza omnipotente”, léase estado, que toma
todas las decisiones en lugar de cada ciudadano. Y no es que estos individuos
disfrazados de líderes-profetas han pretendido encontrar o motivar esta
resistencia, es que por naturaleza el ser humano es individualista porque una
de las más monumentales y trascendentales ocurrencias de Nuestro Señor
Todopoderoso, es haber creado al Hombre LIBRE como requisito sine qua non.
Esos estados “imaginarios”
que mueven al ensueño hoy día a millones de personas que viven en la miseria y
notan en la miseria, solo se presentan en eso: en sueños, porque realmente con
la presencia del ser humano sobre el planeta son irrealizables.
El hombre no se va a plegar
a que el fruto de su esfuerzo diario o su mejor esfuerzo sea distribuido;
permitir eso con los brazos cruzados es ajeno a su instinto.
La utópica idea es
totalmente primitiva, tanto, que calca aquel tipo de sociedad prehistórica cuando
la principal actividad del ente estaba dirigida conseguir qué comer. Para ello
tenía que cazar con armas rudimentarias y las piezas de caza eran formidables
animales. Para neutralizar esas piezas se agrupó y realizó esta actividad de
supervivencia en forma común, por lo que el trofeo de la caza era repartido
entre todos.
El hombre actual piensa
distinto. Entrar al mercado y comprar lo necesario basta para satisfacer su
primera necesidad. Lo hace solo con el dinero del bolsillo propio o a crédito.
Y para tener ese dinero necesita trabajar y si desea y pretende adquirir más
bienes de consumo que le facilitan la vida propia y de su familia, necesita
conseguir más dinero y debe trabajar más o hacer un trabajo por el que le
paguen más con menos esfuerzo. Deben conseguir eso dominando una materia
determinada. Eso no se comparte, se obtiene con esfuerzo individual; entonces
los logros no pueden ser compartidos con extraños, sólo con su familia.
Así que, infelices los que
quedan atrapados en esa casi perfecta tela de araña de utopía.
Jorge B. Arce
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