El
adolescente, ni adulto, ni niño: qué es?
Desde hace muchos
años-primero solía escuchar a mi abuela Cachita (epd), dictarlo como sentencia
por un juez: “…más sabe el diablo por viejo que por diablo”. sobre todo en aquellas
ocasiones en que mostraba mi admiración ante algo que ella había hecho guiada
por su astucia e inteligencia personal no cultivada. Mi padre solía decirlo
también en ocasiones semejantes, o sea, al recibir alguna muestra de
reconocimiento por alguna hábil solución de cualquier asunto y a otras personas
que por razones de peinar canas, se mostraban inclinadas a ofrecerme gratis una
lección de agudeza.
En Cuba y en otros países de
Las Antillas es un refrán común que engrosa el capital cultural de la conducta
popular. Y no está de más, resulta sabio, muy sabio. En mi opinión resumen un
hecho definitivamente inalterable: La sabiduría humana se consigue viviendo.
Esta hipótesis indica un axioma algebraico: Mientras más larga es la vida del
hombre, mas sabiduría almacena en su conciencia. Por supuesto, salvo las
obligadas excepciones que no vienen al caso.
Reflexionen. En general es gratificante
conversar sobre cualquier cosa con un anciano. Casi siempre nos despedimos
degustando una enseñanza, un consejo, una moraleja o al menos un tema para
reflexionar, todo lo cual es enriquecedor del espíritu.
Es así que creo que es
inteligente, conveniente y reconocedor, prestarle atención a las palabras de
las personas mayores. Si, ya sé que en los primeros años de la vida menospreciamos
sus advertencias o consejos. Nos solíamos comportar irreverentemente y decirnos
para nuestro adentro: (“…qué mierda va a saber de música el viejo este?”). ¡…!
¡Cuán estúpido razonaba yo
cuando algunos de mis mayores intentaban orientar mis decisiones por buen
camino! ¡Cuánta pedantería! Ahora lo comprendo, muchos, muchos anos después. Es
triste pero es el precio a pagar por la sabiduría.
Infancia y adolescencia.
Durante la infancia nos
dejamos arrastrar por las opiniones de otros, familiares o no, quienes nos
conducen de la mano ayudándonos a sortear los obstáculos del camino.
En la adolescencia las cosas fueron distintas.
Desde el rudimentario conocimiento del sexo, de la admiración por las dotes
femeninas, por el intenso arcoíris de sentimientos y de pasiones que desatan
estos conceptos y el intenso deseo de hacerlo todo por sobresalir como una
especie de campeón en algo y atraer así la atención de aquella muchacha rubia
de grandes ojos color miel. Recién acaba de nacer un individuo nuevo dentro de ti
que se va proponiendo trazar un camino distinto a los demás, hacerse sin igual.
Al niño le agradaba trepar a las lomas, subir a los arboles, explorar cuevas,
buscar restos de antiguas civilizaciones, achicharrarse pescando bajo el sol
implacable del eterno verano cubano, capturar cangrejos bajo el agua, remar,
nadar, retozar con los demás fiñes armados de rifles de juguete; patinar,
lanzar al interior de la casa de una mujer indefensa bolsas con ranas vivas
dentro; patinar lomas abajo; aldabonear e huir a las puertas de las casas
vecinas del barrio; cazar fantasmas en el cementerio; jugar a las canicas,
cazar pájaros, robar mangos, leer cuentos e historias de caballería, jugar con
soldaditos; chillar con un “…ya voy” irrespetuoso a los llamados de la madre
ordenando que subas a tomar una ducha; colocarse pedazos de espejos rotos en
los cordones de los zapatos para “espiar” la ropa interior bajo las faldas de
tus compañeras de aula…
Desde que las composiciones
químicas de tu organismo empiezan a transformar el niño en un ejemplar varón
reproductivo, las cosas cambian. A estos “aldabonazos” llamados el desarrollo
físico, ni amarrado me calzaba los patines y me unía al trencito que formaban
un grupo de chicos en patines loma abajo, en cuclillas, unos tras otro sujetos
por los hombros o la cintura, si ya mi corazón saltaba dentro del pecho cuando aparecía
aquella preciosa niña de grandes ojos pardos y pechos turgentes que pugnaban
por la prisión del corpiño de satín bajo la blusa blanca escolar. Copiar con
destreza aquellos corte de cabello de los galanes de novela o los cantantes de
moda como Elvis; batallar contra mi madre que se oponía a que me pusiera los
jeans ceñidos escuchado el eco del movimiento hippie de Estados Unidos; la
incansable, agotadora y demasiadas veces infructuosa búsqueda de revistas porno
como estimulante visual para “exploraciones sexuales primitivas”; participación
activa en todo tipo de actividades recreativas, deportivas, manuales y de artes
plásticas como vía para sobresalir y lograr la atención femenina; conducta
indolente y hasta cierto punto irrespetuosa hacia las reglas disciplinarias de
conducta moral y cívica; conducta de holgazán y de picardía ante ciertos
trabajos colectivos de embellecimiento del colegio mostrando desapego y poca
importancia por considerarlo cosas de chiquillos; repetición de conducta y
actitudes poco razonables en los lugares públicos donde existía una fuente de
peligro como en la vía publica, en el mar o en deportes agresivos y de riesgo;
actitudes de intransigencia durante los debates sobre ciertos temas de estudio.
Me traía buenos resultados
en mis conquistas mostrarme melancólico, triste, taciturno. Llamaba la atención
de las chicas por su romanticismo exagerado, como aquella pose que tantas veces
practique recostado solitario a la entrada de un bar de esquina cercano a la
ventana de la casa de la chica pretendida, con trasfondo de algún bolearon de
moda de Contreras, una balada de Lennon. Después de esos esquinazos, era casi
seguro que al dia siguiente en la escuela, durante el receso, la chica
tropezara casualmente conmigo e iniciara la conversación con aquello de: “…eh,
pero tú eras el que estaba ayer en la esquina de la casa….”, bla, bla y lo
siguiente era mi parte. Era la “entrada”, loco…
En fin, toda una suerte de
actitudes preconcebidas con rasgos de desinterés personal y de abandono hacia
las obligaciones era lo que les encantaba a la mayor parte de las chicas. No a
todas…
En mi caso, la adolescencia
transcurrió en una peregrinación constante de un extremo a otro. Tan pronto me
comportaba como un estudiante brillante en varias disciplinas de estudio, que
en un estudiante indisciplinado y poco estudioso. Me debatí entre la aplicación
por las Letras_odiaba las Matemáticas_ o convertirme en una estrella del
deporte. No importaba que mi padre, con amplios conocimientos de baseball, me
aconsejara que mi somato tipo no se correspondía con el debido para un atleta
de marca mayor. Se enfrentaba a mi Ego sobreponiéndose ante la sensatez:
_”No importa, jugaré segunda
base, no campo corte, posición en la que no se requiere ser un bateador de
fuerza.”
Pero era mal bateador en
general; muñecas débiles, brazos largos y delgados poco musculosos…Brrr, no
podía conectar con facilidad. Incompatible con el bateo. Pero aún así,
insistía.
Esta etapa en la vida del
ser humano es la más difícil aunque algunos defiendan la hipótesis de que
adulto el hombre se enfrenta, desde todos los ángulos, a las consecuencias de
sus actos lo que para algunos se convierten en tragedia. Pero yo no pienso así.
A pesar de esa defensa creo que el adulto posee, por muy pobre que pueda ser,
de un archivo mental de conceptos que le auxilia en el momento de decidir algo
de capital importancia. El adolescente no. Es tan independiente de propósito;
necesita tanto sentir que no está obligado por sus padres que consecuentemente
trata de demostrarlo con hechos y palabras. Es el mayor peligro y amenaza que
enfrenta el adolescente. Las facultades físicas se han adelantado a las
cognoscitivas y ese desbalance de desarrollo de la personalidad es el mayor
enemigo. El adolescente transita, literalmente, por el borde de un abismo.
Los nuevos hallazgos en sí
mismos lo inducen a experimentar continuamente. Se inclina a lo que le agrada y
al mismo tiempo siente la presión de otras fuerzas que son “contrarias” a esas
pasiones y…se rebela continuamente. No quiere aceptar las reglas que reprimen
sus pasiones y sus impulsos.
Durante el verano
acostumbrábamos un reducido grupo de amigos desde la infancia, a irnos hasta un
balneario muy cercano a Nuevitas, la playa Cuatro Vientos o la Colonia, un ex
club privado convertido en playa pública gracias a las nacionalizaciones de la
propiedad privada practicada por la revolución de Fidel. Como nosotros, las
muchachas también acudían con sus inseparables chaperones, que a la usanza de
la época, no perdían ni pie ni pisada a sus protegidas sentadas, abrigadas del
fuerte sol, bajo unos frondosos árboles que rodeaban los incontables bancos que
rodeaban la pista de baile o las aguas cercanas a la orilla del mar, oteando,
como verdaderos vigías desde atalayas, al “enemigo” con pantalones cortos que
se acercasen a los cuerpos de jovencitas que disfrutaban de las olas
refrescantes.
Nosotros improvisábamos
u juego de pases de balón para
introducirnos “accidentalmente” entre el grupito de chiquillas y pasarles el
mensaje que sirviera para burlar la vigilancia, en el caso de que hubieras sido
favorecido previamente_, y en el resto, hacer lo indecible para llamar la
atención de las demás sobre nuestras habilidades encima y por debajo de la
superficie. Las chicas reían de lo lindo con nuestras piruetas pero no podían
participar, PROHIBIDO.
A alguien se le ocurrió
saltar de cabeza al agua desde los techos de las casetas de cambio de ropas,
alineadas sobre una plataforma de hormigón muy cerca de la orilla. El salto era
peligroso en sí mismo, pues imperaba el riesgo de golpearse contra las rocas
del fondo por debajo de la superficie de escasa profundidad.
Subió el primero y se lanzó
y eso era suficiente para que los demás nos sintiéramos obligados a seguirlo;
era un desafío y un disparate también. Pero qué hacer, eran los tiempos.
Roger, al que llamábamos El
Negro aunque era blanco de piel, fue el segundo. Fingidamente poníamos nuestra
atención en la entrada al agua para copiar la misma del victorioso predecesor y
había que hacerlo pronto, pues el de seguridad aparecería en cualquier momento
solicitado por alguna de las chaperonas evitando una desgracia fatal.
Ya encima de los techos, le pedía
a Dios de todo corazón, que hiciera lo posible por impedir mi salto, como que
lloviera o tronara o algo. Mi turno estaba al llegar. Malpica, detrás de mí, me
preguntó:
_ ¿te vas a tirar?
_ ¿y qué remedio, chico?
_Oye, si le entras a las
piedras con la frente… ¡quedas!
_ ¿tú crees, Malpica?
_ ¡Coño, viejo, se cae de la
mata!
_pero los otros lo están
haciendo…; dije con poco entusiasmo.
_si, pero son mayores que
nosotros como 3-4 años...
_ ¿y eso qué tiene que ver?
_ ¿cómo que qué tiene que
ver?, ¿estás jodido o qué? Me espetó Malpica con cara de estar conversando con
La Momia.
Como no tenía otra cosa que
decir, pues le dije:
_Bueno, si ellos lo hacen,
yo también, ¡coño! Además, Malpica, ahí está Aracely con Ofelia y sabes que
estoy muerto por ella…no puedo quedar mal.
Me refería a Aracely Agüero,
mi eterna enamorada que ejercía tanto gobierno de mi persona que me quedaba
mudo en su presencia y las palabras desaparecían de mi boca.
_ ¡Allá tú, compadre!
Sin entrar en detalles fui
uno de los últimos en lanzarme a lo que me parecía una muerte segura pero
inevitable. Con mis dedos de los pies aferrados al propio borde del techo de
hormigón, miraba aterrorizado el vaivén de las olas golpeando el muelle bajo el
piso de las casetas y las rocas que podían verse bajo la superficie.
_< ¿será posible que Dios
me llame aquí mismo?>, pensaba con mi batallar interior. Y ya casi al
decidirme a…desistir, los chiflidos lo impidieron y me lancé…
Por suerte, el “barrigazo”
impidió que me golpeara con fuerza, solo sentí un ardor del carajo en las
palmas de las manos y en las rodillas. Felizmente mi vida no terminó ese dia y
recibí los cuidados de Ofelia ( insigne enfermera), su mamá ( la chaperona de
Aracely) y de la misma Aracely que me observaba embelesada pero desaprobadora
mientras me prestaban los primeros auxilios envueltos en mercuro cromo, agua
oxigenada y algodón estéril en la meseta de la Colonia. Varios más nos rodeaban
y me daban ánimos a su forma, a veces groseramente que no transcribo. Pero,
realmente, mi estupidez de ese día, que no sería la última de mi juventud_,
tuvo un final feliz, de película.
No obstante el episodio que
narro y que sucedió justo como les cuento, no fue el fin de mis constantes
devaneos entre lo razonable y lo irrazonable. El deseo del adolescente de
sobresalir por encima de los demás en su propio beneficio se convierte en una
rutina, en una obsesión y se aprovecha cualquiera de las oportunidades al
alcance para materializarlo. Pero no solo importa sobresalir, sino demostrarles
a los demás que tienes cojones para vivir sin cumplir las reglas. Es como un
pase a bordo al mundo de los adultos, es un sello, una marca registrada. Es el
propósito medular. Si tomas el autobús, viajas colgado de la puerta poniendo en
riesgo tu vida y la del chofer; si entras a una sala de cine, colocas los pies
sobre el espaldar del frente molestando a los demás; si estas en la biblioteca,
hablas como un demonio y el Shhhhhhsss de la responsable solo sirve para
alzarle un dedo.
Cuando eres un adolescente,
la Teoría de la Influencia del Grupo es una pauta a seguir y aceptas las
pruebas por más estúpidas y arriesgadas que te parezcan. Aún cuando entiendes
que es una tontería humillante, la aceptas para continuar formando parte del
grupo y que no te discriminen.
En ese grupo, al que
pretende ingresar y formar parte el adolescente, se respira una atmosfera de desafío
constante. Sus líderes la pasan inventando toda una serie de pruebas para los
principiantes y aspirantes. Eso consolida su posición; es una idea viciada. Las
bromas pesadas, los apodos y otras humillaciones son comidilla diaria que deben
enfrentar aquellos que deben ser aceptados.
El adolescente ha de ser
“seguido” constantemente por los padres. La comunicación con él no puede ser
interrumpida a pesar de que sus pesadeces caen como puntapiés. Es importante
saber cómo va elaborando sus conceptos éticos y estéticos; inclinaciones,
gustos, anhelos y deseos. Mostrarle confianza y lograr que confíe en nosotros
es de capital importancia para su futuro. Piense alrededor de este tema. Casi
todos tenemos un adolescente cerca a quien podemos ayudar a encontrarse a sí
mismo y forjar su personalidad sin arrepentirse después. Ese es el fin a
seguir.
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