En
ABC.es, el periodista Rafael Unquiles ha publicado el reportaje que aparece
debajo de esta introducción. No es un tema nuevo, es viejo, tanto como la
propia humanidad, solo que ahora rejuvenece a la luz que los ideólogos
musulmanes fundamentalistas, le imprimen ciertos matices modernos.
Arabia
Saudí es un estado millonario. Dirigido por una familia real y apoyado por
otras, todas representativas de las más viejas étnias y tribus árabes, el país
mantiene una postura intransigente respeto al Islán y es parte de su política
de estado y máxima reglamentación de convivencia social.
No
pretendo disertar sobre el Islán, pero temo que los pasos que sus más acérrimos
defensores dan, con más frecuencia, son amenazantes.
Es
que el Islán es más que una religión, la segunda con más fieles en el mundo,
una cultura social y política. Cuando un estado reconocido por los demás
estados lo implantan como Fuente Máxima de sus leyes, deja de ser una religión
para convertirse en un programa o plataforma del grupo gobernante. La
iniciativa legislativa no responde a los beneficios de la sociedad, sino a una
reglamentación religiosa o dogma, por cierto, extremadamente drástica con todos
y en especial con las mujeres. Mientras que estas medidas no sobrepasen el límite de sus fronteras, las cosas no
deberían preocuparnos, pero cuando ocurre y sus doctrinas se conviertan en
extraterritoriales, entonces sí hay que preocuparse.
Como
citaba antes, Arabia Saudí promueve las inversiones foráneas de cuantiosos
recursos. Muchas inversiones se realizan en su territorio y esos inversionistas
están obligados a acatar sus dogmas o…se van. Simbólicamente me recuerda al
modo conque opera el estado cubano con los inversores extranjeros, anteponiendo
las condiciones de participación de capital y las de empleomanía nacional a
tales extremos que no permite que el inversor pague directamente al empleado o…se
van.
La
fe religiosa no puede ser mezclada con la administración del estado; ambas son
incongruentes. La fe religiosa no puede inculcarse al individuo, es éste quien
la asume desde su propia convicción, lo que constituye un hecho que se traduce
en forma de vida. Si la administración vincula la fe a su gerencia, entonces
debe implantar los dogmas religiosos a su forma de gobernar lo que significa la
obligatoriedad de ciertas formas de convivencia social. No hay nada más
contradictorio. La fe supone la creencia de que un ser divino dirige nuestras
almas y que para ponerlas a salvo debemos acatar ciertos mandamientos o dogmas.
El estado es una organización de humanas tendente a organizar, dirigir y controlar
la convivencia social en determinado grupo nacional. Sus reglas deben regirse
por la necesidad de crear reglas que permitan que ese vivir conjunto entre
seres distintos sea eficiente y seguro.
Al mezclarse
ambas doctrinas del pensamiento se tiene delante la disyuntiva de imponer sobre
la disyuntiva de optar. Es la máxima contradicción del Islán.
Ni comer ni beber ni
fumar. Tampoco mantener relaciones sexuales. A los extranjeros se le ha puesto
muy cuesta arriba en Arabia Saudí el Ramadán, mes
sagrado musulmán que comenzó el pasado domingo
y que tendrá vigencia hasta final de julio. Las autoridades del Reino árabe van
a ser este año especialmente estrictas en el cumplimiento de las normas que
dicta la Sharía (Ley islámica). Hasta el punto de que han llegado a lanzar un
comunicado, difundido por la agencia estatal de noticias SPA, en el que
amenazan con el despido y la deportación de todos aquellos que «no
respeten los sentimientos de los musulmanes».
El anuncio ha
sido recibido con preocupación en un país que acoge a nueve millones de
expatriados que, sin necesidad de Ramadán, se ven
forzados a diario a respetar las infinitas normas de obligado cumplimiento que
imperan en Arabia y que alcanzancon
especial virulencia a las mujeres: ni siquieran pueden conducir
vehículos, viajar solas, acudir a un estadio para ver un partido de fútbol o
montar en columpio.
Durante el
Ramadán, además, en el tiempo que va desde la salida hasta la puesta de sol,
nadie puede comer, beber o fumar en lugares públicos y tampoco en el trabajo. La norma es la misma para todos los países musulmanes. Pero
unos son más permisivos que otros. Y Arabia destaca precisamente por ser muy
restrictivo.
El comunicado del
Gobierno saudí donde se lanza la amenaza de despido y expulsión deja claro que
los extranjeros no están liberados del cumplimiento de las leyes por el hecho
de no ser musulmanes. Es más, subraya que los contratos laborales que firmaron
en su día «estipulan el respeto a los ritos musulmanes». Con lo cual, no les
queda escapatoria: o respetan la Sharía o se marchan.
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En otros estados musulmanes de la
región del Golfo como Emiratos Árabes Unidos también
el Gobierno ha pedido a los ciudadanos extranjeros que respeten sus leyes en
tiempos de Ramadán, pero sin llegar a imponerlas y mucho menos a amenazar con
duros castigos en el supuesto de que no se sigan al pie de la letra.
De hecho, en
Emiratos los restaurantes locales no abren sus puertas durante el Ramadán mientras
hay luz del día. Caso distinto es el de algunos establecimientos que sirven
comida internacional radicados en centros comerciales, que continúan atendiendo
a los clientes en los horarios habituales. La única precaución que toman es
correr largas y opacas cortinas que impiden ver desde el
exterior a quienes, pese a estar en el mes sagrado de los
musulmanes, no perdonan el almuerzo.
La práctica del
ayuno durante el Ramadán tiene por objeto enseñar a los musulmanes «autodisciplina,
autocontrol y generosidad». Las relaciones sexuales y la blasfemia
también están prohibidas «en un intento por acercarse más a Alá». Los únicos
que se libran de las duras restricciones son las mujeres con menstruación o
embarazadas, las personas con discapacidad intelectual y los menores de edad,
aunque en este último caso los líderes religiosos aconsejan a los padres que se
las impongan para inculcarles el hábito de cara al futuro. El adoctrinamiento
comienza desde la más tierna infancia.
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