viernes, 9 de diciembre de 2011

Recuerdos de los Reyes Magos y otros reyes.

En el barrio donde crecí lo hice junto a otros niños de edad aproximada, la diferencia entre nosotros era poca. No entiendo bien cómo nuestro patrón de vida se las arregla para conducirnos hacia otras almas semi-gemelas aún en momentos tan tempranos de la vida cuando somos incapaces de guiarnos a no ser por puro instinto infantil.

Las familias que residían en ese entorno cercano_dentro de los límites de la acción de nuestros juegos y entretenimientos que nos permitían nuestros padres que no eran, por cierto, tan condescendientes como los actuales en cuanto a esos límites y al del tiempo perdiendo de vista a sus críos, sobre todo las mamás que eran quien tomaban las riendas de esos vericuetos en su gran papel de amas de casa. Y recuerdo que habíamos más varones que hembras, rejuegos de la especie o que mi alcance visual no lograba más información.

Realmente nos reuníamos unos pocos, _que no llegábamos a los 10_, para poder “echar un pitén”, que era un juego de pelota entre todos contra todos manteniendo el lugar del bateador aquél que sus conexiones no eran atrapadas o que alcanzaba la primera almohadilla sin ser puesto Out. Lo hacíamos en plena calle, por lo general, entre las protestas y gestos de esquivo de los paseantes, ante la posibilidad de que la pelota lanzada o bateada les golpeara. A veces no eran de caucho, sino de hilo enrollado con paciencia y cubierto de esparadrapo, _ni soñar con una poli de verdad_. Lo hacíamos así por dos simples razones: 1) por el poco tiempo para perderlo en trasladarnos a otra parte más lejana y con mejores condiciones y así aprovecharlo al máximo como premisa; 2) el poblado estaba enclavado en un terreno accidentado, con muchas elevaciones y sobre rocas calizas, pobre en espacios propicios para nuestra actividad preferida. Nuestra calle, que gozaba de ser una de las principales, había sido privilegiada por una fina capa de asfalto sobre las piedras que la cubrían en forma de adoquines, por lo que el espacio de unos 80 metros con una suave inclinación, se prestaba a nuestros propósitos.

Recuerdo con nitidez que excepto Angelín, al que apodábamos Gelín por joder recordando las gelatinas Gel, los demás éramos muy avispados, emprendedores, desobedientes, bulliciosos, contestones, tenaces y traviesos, aunque respetuosos. Crecimos rodeados de una fantasía propia de la época y de la edad que formaba parte del entorno aunque fuéramos muy pobres y nuestras familias humildes y con poca instrucción,_ mis padres solo alcanzaron la secundaria y no finalizada_. Eran los años 1957 y adelante, cuando nos sentíamos animados a materializar muy seriamente, la suerte de aventuras que corrían nuestros héroes de los libros de cuentos e historietas. Por ejemplo, yo estuve haciéndole pequeñas carticas de recordatorio y encargo de juguetes a los Tres Reyes Magos durante varios años hasta que descubrí “el tesoro oculto descuidadamente por mis padres bajo una cama” antes de la fecha de “arribo de los reyes en sus camellos”. A mi hermanita, cuatro años menor, le hice sus primeros encargos con mi mala y desigual caligrafía y adjuntando a las misivas dirigidas a esos benditos reyes, pequeños ramos de yerba y agua para los camellos. Recuerdo que aún cumplidos los 12 ó 13 años aún correteaba por las ruinas de los Almacenes de Vallina jugando a la guerra o a los cowboys con pistolas que imitaban los disparos o simplemente haciéndolos onomatopéyicamente nosotros mismos, con aquellos atuendos improvisados por nosotros mismos con cualquier cosa gracias a esa imaginación y fantasía de un chico de esa edad y provisto de esas fantasías adecuadamente y que eran enriquecidas por el cine, la televisión y los libros de historietas.

Debo admitir que aún cuando tenía mi primera noviecita en aquellas relaciones platónicas de entonces, bajo una atmosfera de profundo respeto, continuaba disfrutando de aquellos solaces de sublime fantasía recreando las batallas de mis héroes favoritos. Una tenue sonrisa aflora a mis labios cuando a esta altura de mi vida, “reedito” en mi memoria esas imágenes-recuerdos de aquellos “Día de Reyes” cada 6 de enero, cuando los fiñes, aún sin calentar el sol, estábamos en la calle locos de alegría mostrándoles a todos aquellos humildes juguetes que tanto habíamos deseado tener después de mostrarse en las vidrieras de la Tienda de Carbonell,  Pérez Ortega, Los Polacos u otros del pueblo, donde pasábamos horas contemplándolos con la nariz pegada al vidrio e imaginando el juego desde nuestra corta estatura y gran fantasía. Cada uno llevábamos los regalos de los Reyes a  la puerta de nuestro amigo preferido para que lo disfrutara también.

_ ¿Y a ti qué te trajeron, Carlos?.; eran las preguntas infantiles más escuchadas en todo el barrio durante los primeros momentos entre las 7 y las 9 de la mañana de cada 6 de enero.

No todo era felicidad, por supuesto. Resultaba que a veces los Reyes Magos eran “muy olvidadizos” y olvidaban la bicicleta requerida en la misiva o “no cupo” por debajo de la puerta,_ en Cuba las casas no estaban provistas de chimeneas, los Reyes Magos tenían que penetrar a nuestras casas por debajo de cada puerta sin hacer mucho ruido para no despertarnos mientras dormíamos. Era obvio que los motivos del olvido de estos formidables reyes eran otros, pero no eran manejados ante los “Pequeños Príncipes”, como después se comenzó a hacer desmantelando ese increíble mundo de fantasías que ayudan a modelar nuestro carácter.

El Día de Reyes era un motivo de celebración de adultos también, porque aunque algunos se mantenían un poco distantes  o reacios a mostrar sus sentimientos al respecto, la mayoría demostraba su felicidad de contemplar plenos de alegría a la mayor parte de los niños abrazando sus juguetes. Ese día era  de fiesta  total en el pueblo. Se trataba de un bullicioso estado exaltado del sentimiento de alegría desbordante que convertía a muchos adultos en niños por unas horas de fiesta total desde la mañana a la noche cuando aún se escuchaban los zumbidos, la música y otros sonidos provenientes de los juguetes de cuerda o baterías.

Lo que ocurrió después me cuesta precisarlo en el tiempo. El torbellino ideológico-político social que provocara la Revolución Cubana arrastró a muchos cubanos envolviéndolos en una corriente alimentada con venganza, chovinismo, revanchismo, odio y amenazas. De pronto el panorama de mi barrio cambió. Durante las  primeras horas de la noche cuando, sentados en el portal, mis padres, mi hermana y yo, dejábamos correr el tiempo brevemente, ya no veríamos pasar a la pareja de la Rural enfundados en uniformes de kaki amarillo quemado, sus sombreros alones, su fusil colgado y sus largos machetes a la cintura con empuñadura de cabeza de águila con abertura en el pico para hacer pasar una gasa de tira de cuero, haciendo la acostumbrada ronda. Ahora  veríamos desfilar pelotones de hombres o mujeres jóvenes y viejos, metidos en camisa azul claro de mezclilla, pantalón verde olivo, boina negra y metralleta; marchando con su interminable 1,2,3,4 que a veces nosotros los fiñes irrespetuosamente agregábamos la sonora coletilla: “…se le rompen los zapatos…”con una rima de desparpajado criollo cubanismo. Retumbando el suelo con sus botas contestaban a las voces de mando de su jefe gritando consignas que no recuerdo mientras marchaban loma arriba y abajo durante horas.

A veces, los fines de semana, pasaban camiones militares con toldos de lona cubriendo la parte trasera, arrastrando cañones y cuatro bocas trasladándose a Tarafa, Pastelillo o Bufadero. No puedo olvidar que sentados detrás de estas armas siempre había un miliciano barbilampiño con los ojos enrojecidos por el polvo que levantaban los neumáticos y estaba condenado a respirar.

Una vez en la mañana, en la tarde y otra más en la noche, estos pelotones de milicianos se alternaban con carros provistos de amplificadores colocados rudimentariamente sobre su techo atiborrando el espacio sonoro con llamados a la defensa de la patria, de la revolución, de apoyo a Fidel, de cerrar filas ante las amenazas de los yanquis, hacer donaciones de sangre y otras tantas repetidas y repetidas una y otra vez. No puedo ignorar que años después, cuando empecé a disfrutar de las primeras películas soviéticas sobre la Gran Guerra Patria, sus cineastas mostraban a los hitlerianos haciendo los mismos procedimientos de propaganda masiva que había estado viendo durante mi niñez y mi adolescencia lo cual dejó en mi conciencia una marca inquietante que afloraría pasado un tiempo.

“_…estos son los buenos y aquellos los malos…eso está claro, pero entonces por qué utilizan los mismos procedimientos que los nazis empleaban en los ghetos y las ciudades aprehendidas por sus tropas ?...”

El barrio, como parte del pueblo, continuó presenciando estos “desfiles de las armas proselitistas construyendo imágenes de enemigos aterradores con armas capaces de destruir la obra de la revolución y de la necesidad de armarse y prepararse para defender las conquistas del pueblo.

Como por encanto también habrían desaparecido aquellas procesiones de la Virgen de la Caridad y de otros santos en sus días señalados por el dogma de la Iglesia Católica. Cuando ocurrían esos eventos, debido a que mi casa estaba en un nivel más alto que la calle, contábamos con un sitial privilegiado para disfrutar de estas festividades religiosas y la animosidad que despertaban entre los pueblerinos el paso de las procesiones con imágenes de todos los santos a los que la gente aclamaba a su paso y otros seguían detrás entonando cánticos e himnos religiosos.

Recuerdo a mi padre encendiendo los cohetes de a peso, como se les llamaba vulgarmente y dejándolos elevarse hacia el cielo para luego deshacerse en una pequeña y luminosa explosión seguida de una lluvia de colores, y yo exigiéndole que me permitiera volar uno constantemente y teniéndome que contentar, ante su negativa, a sostener en la mano un pequeño tubito de cartón que irradiaba luces en redondo sin ningún riesgo. Son imágenes de contagiosa alegría plasmadas en gente muy pobre pero religiosa y de fe.

Como todos, soy rama de un tronco de dos familias: paterna y materna. En mi caso, ninguna de las dos se parecían y se querían efectivamente. Los unos criticaban a los otros, sobre todo los páter familia e. En el caso de la materna, mi abuela Cachita, era la que llevaba la voz cantante y todos tenían que obedecerla y respetarla. Realmente tenía un carácter muy fuerte y era el producto de una familia de San Luis, en la provincia de Oriente, una de 5 hermanos. A su vez, viuda del primer matrimonio, padre de mi madre y divorciada de un español apellidado Allende, padre de dos de mis tres tíos maternos, al que recuerdo sentado a una mecedora de madera escuchando noticias en la radio y de pocas luces y menos palabras. No recuerdo nada que me hubiera hecho o dicho en mis primeros 7 años de vida y le decía el “viejuco”; imagínense quién va a querer a alguien que le llame de esa forma despectiva. Pero la primera que le llamaba así era su ex esposa, Cachita, de modo que sus tres nietros, yo el primero, mi hermana y mi prima hermana Bertha, hija de mi tía materna Silvia, también sentíamos la complacencia de la tronco familiar y le llamábamos así en lugar de abuelo. Que me perdone Allende donde quiera que esté su alma.

Mis tíos maternos se incorporaron a la Revolución a través de las Milicias y los tíos paternos a la disidencia. Así que estuve en medio de dos fuegos. Cuando visitaba la casa de mis abuelos paternos, algunos de los tíos que se hallaban por el lugar asiduamente, como es lógico, me decían el pichón de comunista y cuando iba a casa de mi abuela materna me preguntaba si me habían captado los gusanos. Ahora me provoca una sonrisa recordar cómo todos se dejaron arrastrar por una ideología apadrinada por el estado omnipresente para separar las familias y deshacerse, de paso, de los enemigos. Pero al fin y al cabo todos ellos eran gente sin ilustración que difícilmente podrían comprender la metástasis de la revolución desde el estado hacia la familia cubana y que originó que cuando por algún motivo especial coincidían en mi casa los representantes de ambos troncos, siempre terminaba la cosa con ráfagas de acusaciones entre ambos bandos lo cual, virtualmente ponía fin a la festividad.

La música de las vitrolas de bares y villares en lugares como “La Acera de Martí”, “El Sol”, El Hotel Comercio”, “El Faro”, el bar “Victoria” y otros, dejaron de escucharse repentinamente. Con ella desaparecieron los borrachines y las prostitutas habituales que merodeaban en busca de amor pagado. El “Club Martí” se convirtió como por encanto de hadas en un círculo social obrero y nacieron mesas de ajedrez importado de la URSS y mesas de ping pong importadas desde China; eran los embajadores de Jruchov y Mao Tse Tung. El área de bailables de ese lugar se convirtió en lugar de prácticas de marcha militar por pelotones de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (semilla de la Unión de Jóvenes Comunistas) que agrupaba a jóvenes de edad mayor a 14 años que eran preparados como dotaciones de ametralladoras antiaéreas “cuatro bocas”. El fino y pulido granito del patio era pisoteado por las botas de jóvenes guerreros armados por los fusiles “checos” con bayoneta calada.

Nada se libraba de los cambios. El convento de las monjas, situado en la cuadra a continuación del ayuntamiento en la misma calle, quedó vacío de pronto. Las monjitas y las alumnas desaparecieron y en el edificio, una soberbia edificación de dos plantas, fue fundada una escuela a la que bautizaron con el nombre de un mártir que no logro recordar. Hasta el cura de la iglesia se esfumó, el padre Amaro, como se hacía conocer, del que no consigo recordar su cara debido a que entonces la eucaristía la oficiaba de espaldas a la asamblea.

Desaparecieron los Comics de los estanquillos de revistas; los chiclets Adam’s con los que molestábamos al fiñe que se sentaba en el sillón delantero en el cine Campoamor, Niza o Bartholet en los matinées de domingo, al colocárselos en las sentaderas aprovechando que se ponían de pie para aplaudir entusiasmados a Superman, Batman o Tarzán.

Desaparecieron también los puestos de fritas y ostiones ambulantes, con los que nos hacíamos delicias al saborearlos cuando reuníamos los veinticinco centavos para comprarlos.

Le siguieron las ropas y zapatos de tiendas peleterías, los martillos y serruchos de la ferretería y las escopetas de perlets o municiones y otros juguetes como la bici. Y lo más raro: ¡No aparecía el pescado en las carnicerías ni las sardinas para tener carnada y pescar en los muelles y botes! … ¡Carajo, pero cómo coño va a desaparecer el pescado en Nuevitas!, si por donde únicamente no tiene mar es por el Sur…

Los Azucareros, Occidentales, Industriales, Granjeros fueron colocados en lugar de Almendrares, Marianao, Cienfuegos y Habana y comenzó el desfile hacia otras latitudes de glorias del baseball cubano. Le siguieron las figuras destacadas en la música, teatro, cine y artes plásticas. Lam era amigo de la revolución…pero desde París; igual lo era el creador del Siglo de las luces. Desfilaron exilio arriba, Laserie, Membiela, Celia y las actrices y actores más destacados de la poderosa televisión cubana en las que hicieron su debut los muñequitos de “palo”, una criolla alusión cubanísima a los animados rusos para niños, que sustituyeron a Rico Mc Pato, Donald, Mickie Mouse, Flash Gordon, el Investigador Submarino, Bat Masterson, El Sheriff de Coshise, etc., etc.…hasta Lassiee fue sustituida por el Viejo Jotavich… ¡Válgame Dios!... mi tele RCA Víctor de 17 pulgadas se hizo soviético y aprendió a cantar La Internacional en idioma Español.

Dios no se quedó fuera tampoco, no, no, ni lo piense. Su Sagrado Corazón fue extirpado de la sala de mi casa y de muchas otras y apareció la imagen de un hijo de puta naciente y barbudo que los cubanos idolatraban, es la verdad…En casa de mi abuela quedó sobreviviente al holocausto de los Santos, un pequeño San Lázaro con sus dos perritos sobre un plato llano de losa lleno de kilos prietos. Por todas partes comenzó a respirarse el “aire frío de Europa del Este”….

No tienen que preguntarse, ante la interrogante de quién era el que propiciaba estos cambios en la forma y en la costumbre de vida del pueblo cubano, la respuesta estaba en todas las esquinas, en la radio, en la TV, en la prensa: El Imperialismo Yanqui, que amenazaba con hacer polvo el suelo patrio con enormes bombarderos y la intervención militar o nos matarían de hambre. Tales peligros nos asediaban en todas partes, diariamente, una y otra vez. Así crecí, no se sorprendan; además fui uno entre miles, millones. La propaganda oficial se encargaba, utilizando amplísimos recursos, de culpar al gobierno de los Estados Unidos y a sus aliados alzados en el Escambray, de todos los pesares que pasaba el pueblo cubano y por eso nacionalizaron las tiendas de ropas de los pequeños comerciantes además de las enormes de la capital. Los cines, las funerarias, las barberías, peluquerías, florerías, pescaderías, botes, autos, camiones, lecherías, autobuses, puestos de frita, hoteluchos, restaurantes, cafeterías, todo, todo pasó a ser administrado por Papa Estado; todo pasaba a los nuevos dueños, el pueblo cubano…claro, hipotéticamente.

Lo peor de todo eso no era realmente que se estuviera desmembrando el país en vertiginosa carrera febril, sino que casi todos creíamos ese discurso tergiversador y manipulador. Incluso los mas escépticos creían que los marines aparecerían mascando chiclets en la esquina del Bar Victoria o en El Faro de un momento a otro.

La actitud hostil del gobierno de la isla hacia Estado Unidos y otros países latinoamericanos que se oponían a Castro, era una manifestación que respaldaba la propaganda, “Cuba, primer territorio libre de América” y otros lemas rimbombantes, desafiantes e insultantes a la inteligencia y la dignidad de los latinoamericanos y sus gobiernos.

Desaparecieron también los pasquines electorales con las fotos de los candidatos junto a su promesa; en su lugar comenzaron a aparecer fotos de Fidel y Camilo y también del Che al mismo ritmo que desaparecían bajo las camas las del Sagrado Corazón porque mantenerlas presidiendo la sala del hogar era un mensaje disidente y contrarrevolucionario; tanto así que para ver un crucifijo había que ir hasta la iglesia. Hasta la mortificante incursión de los cangrejos en agosto-septiembre con el cambio de luna desapareció con la revolución más verde que las palmas.

¿Para qué se necesita una revolución donde su principal fruto de50años es lograr un hombre nuevo que es el símbolo de la mediocridad y la doble moral? ¿Qué daño le hicieron los Reyes Magos a la revolución?

El nuevo rey había irrumpido en la escena pública cubana y fue para quedarse. Se convirtió en monarca absoluto. Aún ahora, 52 años después me pregunto qué explicación ofrecían los padres a sus hijos ante la simple pregunta:

_Mami, ¿a dónde se fueron los Reyes Magos?; ¿también pa’ la Yuma?.

Jorge B. Arce



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